viernes, 22 de enero de 2016

¿La visita fue la clave?

Francisco había tenido muy buenos trabajos, en general le habían buscado para ofrecerle empleo y le había ido bien.  Pensaba que esta crisis pasaría pronto.  No era una crisis económica, pues Francisco fue muy buen administrador, prudente en sus gastos y pensó siempre en aquello de “el que guarda siempre tiene”.  La crisis era más bien por el tiempo perdido.  Ahora que tenía “vacaciones obligadas” se aburría bastante y consideraba que su talento se desperdiciaba, por eso, sobre todo por sentirse dejado de lado, buscaba empleo.  Aquella semana empezó a buscar en los clasificados, pues hasta entonces su búsqueda consistía en enviar su CV a cuanta persona conocía (y no eran pocas) que pudiera ayudarle a encontrar un empleo.  “Aunque sea mal pagado” empezó a poner en los correos electrónicos el último mes.
La búsqueda en clasificados parecía una medida desesperada, pero Francisco encontró en ella una forma de entretenerse.  Le dio por leer todos los clasificados, incluso los de alquileres y los de colegios.  Esa tarea dio su fruto.  Encontró un anuncio de una institución para la cual había trabajado, fueron dos meses, pero había trabajado ahí.  Leyó con atención y envió su CV acompañado de todos los requisitos que le pedían en aquel breve anuncio: Carné de NIT, constancia de colegiado activo, antecedentes penales y policíacos, digitalización del título (por ambos lados) y sobre todo su propuesta de investigación.
Sólo después, al llega al trabajo de campo Francisco valoró en su justa dimensión la importancia que el tema de investigación tenía para el país.  En las “tres páginas (máximo)” que el anuncio le autorizaba a escribir para exponer un “Plan de Investigación” no lograba hacer planteamientos profundos, sino apenas plasmar las ideas más generales que tenía sobre las “Oportunidades y Retos para Educar sobre la Importancia de no Verter Aguas Negras al Río Jacintío, en la comunidad Altísimo Belén”.  Francisco imaginó muchísimas formas de educar,  pensó en las oportunidades que él veía y también en los retos que con facilidad identificaba.  Pero el anuncio era claro: “Investigación Participativa”.  De eso, no sabía mucho, pero sabía dónde encontrar información, más bien: a quién preguntarle.
Francisco escuchó de su asesor metodológico, Hernán, quien era amigo suyo desde los años en que empezó a estudiar en la universidad, que las investigaciones participativas se desarrollan en colectivo, según el ritmo y las necesidades de quienes se ven afectados por los problemas que se quieren resolver.  Por eso, en su Plan de Investigación, no aparecían todas las ideas que tenía para ayudar a educar en un tema tan importante, más bien, como le había aconsejado Hernán, se centró en proponer cómo acercarse a las personas para que ellas identificaran lo que debían hacer para educarse y proteger sus recursos naturales.
La llamada la recibió al día siguiente de haber enviado el correo.  Estaba leyendo los clasificados, cuando el teléfono lo interrumpió y una vos femenina, con mucha prisa, le explicó que la consultoría urgía y que su Plan era de los cinco que escucharían al día siguiente para elegir a tres personas que deberían presentar su proyecto de investigación.  Aunque él no entendió mucho, ella dijo dos veces para que quedara claro: “No recibirá honorarios por elaborar el proyecto, sólo se le pagará a quien gane la consultoría”.
Al día siguiente los nervios le ganaban, estaba en la sala de espera de una oficina de lujo, era la primera vez que iba a una entrevista sin estar seguro que el trabajo era para él.  Eso mismo le dio confianza, más o menos, pues se dijo: “No puedo perder este trabajo, pero sí me lo puedo ganar”. Había calculado mal el tráfico, así que llegó muy temprano y eso no le gustaba porque alargaba el tiempo de espera, aprovechó a ensayar en su mente la presentación que haría mientras fueron llegando las demás personas que también presentarían sus Planes.  Para su sorpresa, había personas de edades muy variadas, un joven que no despegaba ni la vista ni los dedos del teléfono; una mujer que quizá sería uno o cinco años mayor que él, que revisaba su teléfono como esperando una llamada, mientras balanceaba su pie sobre el tacón; otro hombre, ni tan joven ni tan viejo, que parecía presumir una tablet con la cual repasaba una y otra vez su presentación.  Él despertó en Francisco un temor: no traía ninguna presentación, ni en Power Point, ni en Prezi, ni en papel…
Para sorpresa de todos, incluyendo a la otra señorita que llegó un poco tarde a la entrevista y se unió al grupo cuando ya estaban en la sala de reuniones, la presentación la harían en presencia de los demás candidatos –“Y candidatas, había completado en voz baja la mayor de las mujeres” –debía ser una exposición rápida, sin la ayuda de ningún material.  El principal evaluador había dejado muy claro: “Deben convencernos de que saben de qué hablan y de que quieren hacer este trabajo”.  Dos días después cuando el evaluador llamó a Francisco para pedirle que preparara el proyecto, le explico que en la comunidad Altísimo Belén hay mucho frío y no hay acceso en vehículo: “Pero vos, podés aguantar esas condiciones”.  Parecía pregunta, a la vez que afirmación, así que Francisco no sabía cómo responder, hasta que su interlocutor dijo, “Sólo bromeaba, el frío sí te puede congelar, pero carro sí llega, no tengás pena.”
Al hablar con Hernán, sobre qué poner y qué no en su proyecto, Francisco tenía más preguntas sobre cómo era Altísimo Belén, cómo llegaría hasta allá y si aguantaría el frío.  Al leer el anunció imaginó un río fresco, cruzando un bosque cálido y muchas personas bañándose en él, ahora la imagen se parecía más a una pista de patinaje sobre hielo, que a un balneario en la naturaleza.  Distraído por esto, Francisco debía preguntar y volver a preguntar varias veces lo mismo a su asesor.  Hasta que él le dijo: “¿Vos ya fuiste a ese pueblo? Deberíamos ir, tal vez eso nos ayuda a entender porque te van a pagar tanto por este trabajo”.
La visita fue la clave.  Francisco escribió el proyecto en dos noches de desvelo, claro, luego Hernán pasó otras dos corrigiéndolo, pero es que Francisco pasaba el día imaginando que, terminada la consultoría, podría vivir un par de meses cerca del río Jacintío, eso sí, en la parte baja de la montaña en que se encontraba Altísimo Belén, pues razón tenían de haberle llamado Altísimo.  Sus ganas de volver le ayudaron a escribir sobre la importancia del proyecto, sobre cómo el cuidado del ambiente debe ser un esfuerzo comunitario y otros temas que ya conocía bien, pero que ahora tenían una imagen real asociada.
El proyecto de Francisco, como imaginará quien nos lee, fue el ganador.  Nuestro protagonista debió corregir varias veces algunos aspectos, pero encontró con facilidad las palabras necesarias.  Sabía que tuvo buen apoyo de su asesor así que cuando su proyecto fue aprobado y recibió un porcentaje de los honorarios como adelanto, pudo pagarle a Hernán por su servicio y convino con él que también colaboraría con la redacción del informe.
Ese informe lo iniciaron cuatro meses después, cuando Francisco ya había terminado el trabajo de campo en Altísimo Belén y otras cuatro comunidades más, las que le recordaban las aldeas que se representan en los nacimientos con pequeñas casitas de cartón, pues eran en realidad caseríos que se han formado cuando las familias crecen y se van estableciendo en los pequeños trechos planos de las montañas.  En fin, con aquellas familias, Francisco pudo platicar durante cuatro meses de las oportunidad y los retos que representa cambiar las costumbres de un pueblo conservador como Altísimo Belén.  Tenía mucho aprendizaje y no todo cabía en las veintiséis páginas de las que disponía para los resultados del estudio.  Las otras cuatro era para ilustraciones, demasiado retocadas para su gusto, del río Jacintío.
Recortó y recortó todo lo que pudo, hasta que, un mes después de terminar el trabajo de campo (tal como precisaba el proyecto) logró que los resultados cupieran en esas páginas, que la metodología no se extendiera más de dos y que aquel amplísimo marco teórico que incluyó en el proyecto, se viera reducido a las cinco páginas que podía ocupar en el informe.
El evaluador principal, le felicitó al terminar la lectura y le dijo: “lo bueno de un informe corto, es que la gente lo lee”.  Francisco no estaba muy seguro de que fuera suficiente razón para recortar tanto de lo mucho que había aprendido, pero “donde manda capitán…” así que asintió en silencio y se preparaba para salir de la lujosa oficina, cuando el evaluador le dijo: “En dos semanas, cuando la imprenta lo entregue, vamos a tener un evento para presentar los resultados.” Francisco pensó en las comunidades que ahora conocía y recordó que pocas personas saben leer allá, por eso su expresión fue de confusión.  El evaluador le comprendió y dijo: “El evento es para los donantes, para que vean que sí se puede salvar ese río.  Por supuesto que en Altísimo Belén, hay que implementar este proyecto, pero para que nos apoyen con más plata, hay que convencerlos de que se puede”.
Así fue como Francisco comprendió que su trabajo, que era suyo, de Hernán y de la gente de aquellas comunidades, sí tendría un impacto real; que no era sólo un proyecto para ejecutar los fondos como Hernán creía, sino que, traería más fondos que podrían usarse para proteger el río.  Se alegró auténticamente y le dijo a evaluador: “Si hay que convencerlos le tengo una propuesta: déjeme llevarlos allá” “¿Allá al Altísimo?” preguntó el evaluador, “No, allá al río Jacintío. Luego de la visita les explicamos los retos y enfatizamos las oportunidades”.

Claro, el plan de Francisco funcionó, consiguieron el dinero para implementar un plan de acción comunitaria para la protección del río Jacintío, no sólo en Altísimo Belén y sus cuatro aldeas cercanas, sino en las doce aldeas de la cuenca.  La visita fue la clave.  

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