martes, 27 de agosto de 2013

El hombre llamado Namarasotha – Cuentos Africanos Tradicionales

Una aproximación a otra cultura.


"El hombre llamado Namarasotha"

Había un hombre que se llamaba Namarasotha.  Era pobre y andaba siempre vestido de harapos.  Un día fue a cazar.  Al llegar al bosque, encontró un impala muerto.  Cuando se preparaba para asar la carne del animal, apareció un pajarito que le dijo:
          -  Namarasotha, no se debe comer esa carne.  Continúa un poco más que lo que es bueno, estará allá.
El hombre dejó la carne y continuó caminando.  Un poco más adelante, encontró una gacela muerta.  Intentaba, nuevamente, asar la carne cuando apareció otro pajarito que le dijo:
Namarasotha, no se debe comer esa carne.  Siempre avanza, que encontrarás cosas mejores que eso.
El obedeció y continuó caminando hasta que vió una casa junto al camino.  Paró y una mujer que estaba al lado de la casa, lo llamó, pero el tuvo miedo de acercarse puesto que estaba muy harapiento.
            – ¡Ven aquí! – insistió la mujer.
Entonces Namarasotha se aproximó.
           – Entra, le dijo.
El no quería entrar porque era pobre.  Pero la mujer insistió y Namarasotha finalmente entró.
Ve a lavarte y ponte estas ropas, le dijo la mujer.  Y el se lavó y vistió pantalones nuevos.  Luego la mujer declaró.
           -  A partir de este momento, esta es tu casa.  Tu eres mi marido y de ahora en adelante, eres tu quien manda.
Y Namarasotha se quedo, dejando así de ser pobre.
Un cierto día había una fiesta a la que debían asistir.  Antes de partir a la fiesta, la mujer le dijo a Namarasotha:
            -  ­En la fiesta a la que vamos, cuando bailes, no debes mirar hacia atrás.
Namarasotha estuvo de acuerdo y partieron juntos. En la fiesta, bebió mucha cerveza de harina de mandioca y se embriagó.  Comenzó a danzar al ritmo de la batucada.  A cierta hora, la música estaba tan animada, que miró hacia atrás.  Y en ese propicio momento, volvió a estar como estaba antes de llegar a la casa de la mujer: pobre y haraposo.
Moraleja:   Todo hombre adulto debe casarse con una mujer de otro linaje.  Sólo así será respetado como hombre y tenido por “bien vestido”. El adulto sin mujer es “desharrapado y pobre”.  La verdadera riqueza para un hombre es la esposa, son los hijos y su tierra.
Los animales que Namarasotha encontró muertos, simbolizan a las mujeres casadas y si comiese de esa carne, estaría cometiendo adulterio.  Los pajaritos representan a los más viejos, que aconsejan casarse con una mujer libre.  En las sociedades matriarcales del norte de Mozambique (de donde proviene el cuento), son los hombres quienes se integran en los espacios familiares de las esposas.  En estas sociedades, el jefe de cada uno de estos espacios, es el tío materno de la esposa.  El hombre casado ha de sujetarse a las normas y reglas que este traza.  Si se revela e impone sus reglas, pierde su estatuto de marido y es expulsado, quedando cada cónyuge con lo que llevó para el lugar.
Cumpliendo siempre lo que los pajaritos le iban diciendo durante su viaje en busca de “riqueza”, Namarasotha acabó por encontrarla: se casó con una mujer libre y obtuvo un lugar.  Pero por no haber seguido el consejo de la mujer, perdió el estatuto dignificante del hombre adulto y casado.
Eduardo Medeiros (org)
Cuentos Populares Mozambiqueños, 1997
Traducción: Bárbara Igor

P. D. Como reflexión ¿Es esto feminismo, matriarcado, o sólo la normalidad de otras culturas? ¿¡tenemos que ponerle etiqueta a todo!?
"Que contrarios podemos ser entre blancos y negros". - R.F.



martes, 20 de agosto de 2013

Fotopalabra: Cuerpo, Sexualidad y Amor Romántico

En los últimos dos meses estuve en un curso sobre los temas del título.  Como trabajo final, presentamos fotos que se articulan como pregunta y/o como respuesta para las reflexiones que el curso nos ha dejado.

Esta primera fue una idea conjunta con María Renée, mi compañera, y atiende a la primera pregunta del curso: ¿cómo aprendemos sobre al sexualidad? Básicamente hubo dos respuestas, como parte de la reproducción de las especies (en un curso del tipo "ciencias naturales") o como un secreto para el que hacía falta (en nuestros tiempos) separarnos a hombres y mujeres. También es cierto que lo aprendemos primero desde la moralidad, luego desde la ciencia, y finalmente desde la afectividad.  En la búsqueda de las fotos, encontramos este examen "corto" de este año, que simplemente ¡Espanta!


Espanta por ejemplo (pero puede ser sólo mi interpretación) que no sea posible escribir homosexualidad, al "derecho" sino que haya que escribir "dadilauxesomoh".  Como diciendo que es "pecado" siquera decirlo. Así pasa también con "nóicabrutsam".  Digo que puede ser solo mi interpretación, malintencionada, porque también ocurre con "daditsac", lo que se supone un valor en el contexto.

El primer tema, luego de aquella introducción sobre cómo lo aprendemos, fue sobre el cuerpo.  María Renée propone entonces, esta fotopalabra, compuesta con fotos del Cementerio General:


Sobre la sexualidad -el segundo tema- cabe siempre preguntarse:


Mi intensión fue tomar fotos de baños públicos, sin embargo, donde encontré estas expresiones fue en los escritorios de las aulas donde imparto clases.  Las expresiones son:
Las cuatro de arriba
"Hola estoy bien rica => Call me (número borrado). Soy 36C, tengo +90 de culo (ass), cintura 62, me llamo (borrado)".
"Sophy y Katya amigas x siempre" que fue cambiado a "putas x siempre" y luego tachado.
"La chupo rico" y un número de teléfono borrado.
"Te amo" decorado con una flor.
Las dos de abajo: "Yo amo a Walter Letona" y "Susan Barrera es una puta y lo chupa rico".

Y finalmente, sobre el amor, me quedó esta reflexión:



lunes, 12 de agosto de 2013

Juana

Este es un cuento escrito por mi casi colega amigo (como diría él) Marcelo Colussi, escritor, psicólogo, filósofo nacido en Argentina, crecido saber dónde, residente de Guatemala (chapinísimo, por cierto). 



JUANA

Por: Marcelo Colussi

Cada tanto recordaba su origen: la imagen de la favela de San Pablo le retornaba insistente. Si bien eso había sido mucho tiempo atrás –con seis años había marchado con su familia a vivir en un barrio otorgado por el gobierno, en casa de ladrillos– la historia de su infancia, y la de la violación, era algo que nunca desaparecía. Tampoco podía olvidar la histórica discriminación que sufrían los negros descendientes de esclavos africanos, tal era su caso.

Había pasado por más de un tratamiento psicológico, y en muy buena medida había logrado procesar todo el espanto de esa pesadilla ya tan lejana. No obstante, ante circunstancias difíciles como la actual, reaparecían los viejos fantasmas.

Se encontraba en el despacho principal, y sus dos secretarias –una morena, de Sudán, otra rubia, noruega– esperaban ansiosas alguna respuesta. La reunión con la más alta jerarquía había sido por la mañana; habían asistido representantes de todos los lugares donde la institución tenía presencia. Había, por tanto, enviados de los cinco continentes, de más de cien países. 

El encuentro había sido tenso; lo cual era comprensible: era la primera vez que la organización se hallaba en una disyuntiva tan apremiante. Las fuerzas chinas tenían ocupado prácticamente toda Asia, y su poderío misilístico nuclear apuntaba tanto a los Estados Unidos como a Europa. El margen de maniobra era muy pequeño, y el tiempo se agotaba. Pekín había sido categórico en la demanda: la Secretaría General de las Naciones Unidas debía aprobar la invasión de los dos últimos países –Arabia Saudita e Irán– o comenzaría el bombardeo impiadoso sobre las cinco principales ciudades de la costa oeste del país americano, que a su vez había tomado, con apoyo europeo, todo el África, incluido el norte islámico. 

Los chinos eran terminantes. Si habían dado un ultimátum, era de creerles. Y de temerles. Sus armas ya no eran como las de principios de siglo; ahora, en el 2045, gracias a una aceleración infernal de su economía y de su desarrollo científico, habían puesto casi de rodillas a Washington. No más de diez misiles intergalácticos con ojiva nuclear múltiple cargados con el nuevo material radioactivo traído de Marte –disparados desde satélites estacionarios– bastaban para terminar en pocos segundos con el país americano. Y disponían de varios cientos. La Organización de Naciones Unidas, tan manoseada por años, había vuelto a tener cierto protagonismo en el panorama internacional; era por eso que se requería su intervención bendiciendo la acción militar. Dado lo complejo del entretejido de los hechos, se había pedido también la participación de la Iglesia Católica, que aún detentaba algunas cuotas de poder. Pero no era fácil tomar una decisión. 

Justamente por eso, porque lo que se decidiera tendría consecuencias planetarias en el largo plazo, la junta de la mañana había sido larga y tensa. Nadie se atrevía a plantear abiertamente una posición belicista; pero todos sabían que la institución apoyaba, no tan en secreto, la toma del continente negro. Por tanto, de no hacer lugar a la petición china se corría el riesgo –muy alto por cierto– de ser también considerada aliada de los yanquis y de los europeos. La respuesta militar por parte de Pekín era, por ello mismo, muy posible. Y las fuerzas armadas de la institución eran muy modestas, absolutamente lejanas de poder dar una batalla con posibilidades de éxito, aunque dispusiera de armamento nuclear. 

Ambas secretarias, en provocativas minifaldas, volvieron a entrar al despacho. El nerviosismo reinaba en el ambiente. María, la pródigamente dotada nórdica de lechosa piel, intentó ser simpática con algún chiste, a modo de distender un tanto la situación. Aunque era su preferida, y en otros momentos había recibido muestras del más enternecedor cariño, ahora obtuvo por toda respuesta un pellizco en la nalga, por debajo de la falda roja. Por cierto el pellizco no pretendía ser tierno; había sido, en todo caso, una descarada agresión física. María no respondió. 

En general no se comportaba así; su actitud dominante era la serenidad.  Con sus cuarenta y ocho años bien llevados y una muy buena condición física – hacía dos horas diarias de gimnasia–, aunque era persona pública, internacionalmente pública, lo cual abría la posibilidad de tener más de un detractor, no contaba con enemigos a nivel personal. Afable, siempre con una sonrisa sincera, espontánea, su carisma era proverbialmente conocido. Nadie podía decir que alguna vez se hubiera sentido mal en su presencia. Pese a su condición de persona negra, o justamente o por eso, era un paladín de la lucha antiracial. 

Una vez más, como sucedía en momentos difíciles, se refugiaba en la lectura de Bartolomeo Sacchi –en latín–; su compleja obra "Historia de la vida de los papas" la conocía a la perfección, luego de innumerables recorridos. A partir de ella se había inspirado para pintar La muerte de Juana, patética y bien lograda obra donde se plasmaba el linchamiento y consecuente muerte a que habían sido sometidos en Roma, hacia fines del siglo IX, la papisa Juana y su recién nacido hijo. Ese hecho le parecía impresionante, tanto como su infantil violación; eran de las pocas cosas, quizá las únicas, que retornaban cíclicamente en su discurso. Su pintura –hecha más a título de pasatiempo que con pretensiones estéticas serias– reflejaba un abanico de temas, y ni lo religioso ni lo truculento ocupaban un lugar de privilegio. Le interesaban por igual el amor, la niñez, el sexo o la ecología. 

Desde hacía ya un par de décadas en la Santa Sede se venía dando una serie de cambios para estar acorde a los tiempos; el aumento incontenible de las sectas evangélicas en Latinoamérica y de los grupos fundamentalistas musulmanes en Asia, África, América del Norte y Oceanía, así como un agnosticismo creciente en Europa y la fascinación por la robótica, habían llevado a la religión católica a una casi virtual desaparición. De ahí que la alta jerarquía vaticana introdujera osadas transformaciones en su estructura institucional, a fin de mantener con vida una tradición más que doblemente milenaria. No sin resistencias internas, en años recién pasados se había eliminado el celibato, se había aceptado la presencia femenina en el curato –las sacerdotisas, sin embargo, no podían quedar embarazadas–, había terminado por aceptarse la planificación familiar y el aborto como prácticas normales, y se había delineado una estrategia mediática que empalidecía el mercadeo de películas realizado por los hindúes, apelando a las más sutiles –y espantosas– técnicas de penetración psicológica. En esa lógica se había aliado a la Coca-Cola International Company, siendo el  joint venture de provecho para ambas instancias: los fabricantes de refrescos eran bendecidos por dios, y tenían asegurada publicidad gratuita en miles de iglesias en toda la faz del planeta. Y el Vaticano, a través de un simpático y sonriente Jesús –en tres versiones: rubio, moreno y oriental– aparecía en millones y millones de envases. Dios toma Coca-Cola decían las etiquetas. 

Ante el pellizco, las dos secretarias optaron por retirarse sin abrir la boca. Sabían que cuando se ponía así era mejor no dirigirle la palabra; si bien su actitud era dulce, a veces podía adoptar un aire terriblemente agresivo. Tal era el caso ahora; y en esas circunstancias era mejor alejarse. 

Pasó hacia la sala contigua al despacho principal; allí tenía instalado su taller de pintura. Trabajar ahí, pintar un poco, cuando la tensión subía tanto como ahora, le hacía sentir bien. Pensó en una nueva versión del suplicio de Juana la papisa; desde mucho tiempo le interesaba hacer algo remedando la pintura primitivista que había visto en Guatemala, en Centroamérica. El cuadro que había producido ahora, dos años atrás, cuando comenzaba su mandato, tenía un aire renacentista con algún destello surrealista. Combinación rara, por cierto; pero que no le incomodaba estilísticamente, y cuya utilización no dejaba de tener cierta aura atractiva. 

Pintar una violación le parecía demasiado funesto; suficiente con haberla padecido. La lapidación de este mítico personaje de la Iglesia Católica le fascinaba. Le parecía arquetípico, símbolo absoluto de la hipocresía del mundo: una institución que por milenios prohibió entre sus filas la presencia de mujeres y cuyos miembros masculinos hacían votos de castidad, mientras que se cansaban de tener hijos ilegítimos o relaciones homosexuales. Una institución patriarcal y verticalista como ninguna otra, donde una mujer pudo llegar a ser su primer dignatario a costa de la transgresión, pero el día que dio a luz fue ajusticiada por una plebe manipulada, asustadiza y profundamente conservadora, producto todo ello de una jerarquía misógina y enfermiza. La figura de esta Juana le parecía un símbolo, si bien no tan evidentemente válido en años anteriores, más que actual hacia mediados del siglo XXI.  Juana y la transgresión: nuestro camino había pensado que cabría mejor como título del cuadro. Optó, finalmente, por el otro más convencional. 

Hoy día ya no era prohibida la presencia de la mujer en la estructura del poder eclesial. Había dejado de ser diabólica; aunque ello era producto de un reacomodo forzado. Hondamente sabía que la odiaban. 

La odiaban profundamente por ser mujer, por ser negra, y por su origen de pobre y marginal. A veces, pese a lo traumático de sus primeros tiempos de vida, la enorgullecía venir de una favela. Sin tener muy arraigada una preocupación por lo social, en términos viscerales no se sentía a gusto con los funcionarios que ella llamaba aristocráticos. Es decir, aquellos que no venían de historias de exclusión tan notorias, que estaban acostumbrados desde siempre a pertenecer al círculo de los afortunados, de los integrados al sistema mundial. El solo hecho que se hablara de  inviables le parecía una falta de respeto en términos humanos. Un favelado no es viable, rezaba el catecismo económico de la economía de libre mercado; lo cual le parecía horrendo, inadmisible. Ella representaba a los eternamente hechos a un lado, a los inexistentes, a los que no cuentan. Se sentía igual que Juana I: de campesina a papisa, titánico esfuerzo personal mediante. Igual que ella, era una marginal. Sólo con un denodado arrojo había podido llegar a estudiar, venciendo la marginación crónica que la postergaba; su impresionante talento había hecho el resto. 

Era, sin proponérselo de manera consciente, un símbolo de la irreverencia. Iconoclasta visceral, su vida misma era una invitación a la heterodoxia, a la herejía. Repitiendo la mítica historia de Juana la inglesa, también ella había tenido sus benefactoras, gracias a las cuales había accedido al papado. No debía favores, en sentido estricto, porque con ambas había sido amante en su momento, pero nada las unía ahora. Con una de ellas, aunque ya de forma muy tenue, aún se encontraba ocasionalmente; sin embargo eso no traía deudas: eran algunos encuentros inocentes, sólo eso. Ahora su pasión estaba depositada en María, la sensual secretaria políglota con la que mantenía una relación fogosa –oculta, por supuesto.

Ya entraba la noche y Juana II –tal era el nombre que había adoptado para papisa, no sin discusiones, dado que muchos miembros del consejo cardenalicio no reconocían la existencia de la primera, un milenio atrás– aún no daba una respuesta. María desesperaba; cuando Su Santidad se ponía así de caprichosa, de agresiva, era intratable. De amante ella lo sabía, y lo padecía más de una vez. Las llamadas se sucedían frenéticas, y era ella quien tenía que responder. A su vez, luego, el vocero papal se encargaba de presentar las cosas. Aunque no había mucho para informar en realidad.

De pronto Juana tuvo una repentina idea –una revelación se hubiera dicho en otros tiempos. Si era ella la elegida por el rey de reyes, el primer motor, el sumo dador de vida y dispensador de favores; si ella ocupaba la silla de San Pedro por designio divino, ¿por qué no aprovechar todo ese poder para intentar algún cambio de verdad? 

A veces, muy en secreto –con María, por lo común luego de hacer el amor, le venían ganas de sincerarse y abrir una crítica feroz contra toda la institución–pensaba que era inadmisible que ellos, la Santa Madre Iglesia, siguieran pensando con criterios de más de dos mil años atrás; que al lado de los fenomenales problemas del mundo todavía fueran tan ciegos. Le parecía abominable que la disposición del papa anterior prohibiera a las sacerdotisas tener hijos. Si no se hubiera hecho la operación de ligadura de trompas cuando andaba por los treinta años, algún tiempo atrás se hubiera atrevido a buscar un embarazo. Aunque entendía que era un riesgo a cierta edad, lo hubiera hecho más con espíritu contestatario, de pura irreverencia. Soñaba, incluso, con adoptar algún niño de su favela de origen. De papisa ¿quién se lo impediría? De todos modos también se daba cuenta que no disponía de todo el poder que hubiera deseado. Se había aceptado la entrada de la mujer en la carrera vaticana más que nada porque los tiempos así lo exigían, pero muy en el fondo sabía que el patriarcado no había terminado. 

Pensó entonces en hacer una jugada política bastante atrevida. Llamó de urgencia a algunos de sus pocos asesores en quienes confiaban. El más cercano era también un brasileño. Se le ocurría que esta era una buena circunstancia para intentar realizar un viejo sueño. Se podía negociar a dos puntas: reconocer la invasión china sobre los dos países del golfo pérsico y mirar para otro lado a cambio del apoyo de Pekín para el traslado del Vaticano a San Pablo, Brasil. Si los jerarcas chinos recibían un reconocimiento de la Santa Sede, lo cual era una virtual bendición y tácita aceptación de su política de expansión, se establecía un equilibrio: ellos en el Asia y Oceanía, los rubios en Africa y Latinoamérica….  y Dios con todos. Este reconocimiento diplomático bajaba las tensiones y daba oxígeno; nadie tenía que buscar entonces demostraciones de fuerza –que, en este caso, podían implicar la muerte de cientos de millones de personas y pérdidas económicas inconmensurables. Occidente perdía terreno, pero evitaba una carnicería, y una muy probable derrota. El Vaticano hacía un juego múltiple, y con nadie quedaba mal; por lo cual, muy justificadamente entonces, podía pedir su recompensa. 

Juana II se sentía pletórica. En realidad no lo había pensado mucho, había sido una respuesta inmediata, casi una inspiración divina; en realidad lo que más le preocupaba era la reacción de la Coca-Cola International Company. Eran ellos, desde hacía algún tiempo, los más feroces defensores de la contención de China.Y no sin motivos: los refrescos producidos en el país oriental le habían quitado ya más de un tercio de mercado a nivel global. Sin embargo la morena papisa era de la opinión que  si no puedes contra ellos, pues entonces úneteles. Años de ignominia, transgresión e hipocresía la habían curtido.  Todo vale, era su lema. Con eso no hacía sino poner en palabras lo que era su cruda experiencia de vida. 

Los funcionarios con que se reunió eran, si bien no precisamente progresistas, al menos los menos misóginos. No la respetaban tanto a ella –era mujer, y ni qué decir si se hubiera sabido de sus tendencias homosexuales– sino a su investidura. Después de exponer detalladamente sus puntos de vista –lo hizo en italiano; hablaba perfectamente siete idiomas– todos quedaron callados por un buen rato. Nadie se atrevía a tomar la palabra, hasta que un viejo cardenal de origen español lo hizo. 

El plan estaba bien urdido, sin embargo la fuerza de la tradición tenía un peso inimaginable. ¿Cómo trasladar el Vaticano fuera de Roma? ¡Imposible! El polaco Juan Pablo II, a fines del pasado siglo, había inaugurado la tendencia de los pontífices a viajar fuera de la ciudad sagrada; pero trasladar la ciudad sagrada era otra cosa. Herejía, apostasía. Para algunos de los presentes era blasfemo, insoportablemente sacrílego el sólo hecho de pensarlo. Juana vio que, una vez más, estaba sola. Sola y desamparada, como en la favela. 

Incluso su consejero coterráneo no atinó a defender la propuesta. El era bastante conservador; y además, era rubio, de origen austríaco. 

Una vez más también pensó Juana II que mejor ser varón. Con eso nada se arreglaba, pero la ratificaba en su desprecio por el patriarcado. 

Pekín esperó dos días más, y en vista que no recibía señales claras ni del Vaticano ni de las Naciones Unidas, atacó. Nunca se supo con exactitud la cantidad de muertos, pero según cálculos bastante precisos se estimó en alrededor de noventa y tres millones de desintegrados por la fisión termonuclear asistida de los tres misiles caídos. 

La papisa Juana II intentó dimitir, pero no se lo permitieron. Tuvo que soportar a pie firme el desarrollo de la nueva guerra. Finalmente la Santa Sede debió instalarse en otra ciudad, no tanto por la intención de la pontífice, sino debido a la destrucción sufrida en Roma. En la nueva morada –la austral Ushuaia, en Tierra del Fuego, una de las pocas regiones del planeta no contaminada con energía atómica– vivió menos de un año. Nunca quedó claro el motivo de su muerte; algunos dicen que fue apuñalada por su secretaria noruega (fue la versión llamémosle… oficial). Otros, bien informados, dicen que se repitieron los hechos del último papa italiano de la historia, Albino Luciani. De todos modos ninguna autopsia reveló envenenamiento. Algo curioso fue el anónimo descubierto al pie de su lecho de muerte –nunca revelado–, grotescamente burdo, escrito sobrepapel negro, con semen: in sempiterna saecula saeculorum. Amen.


Fan Page en Facebook: https://www.facebook.com/marcelo.m.colussi?fref=ts En donde publica sus escritos. 

jueves, 8 de agosto de 2013


La palabras son la armas, los libros las trincheras... piensa y actúa.

*imagen: obey


miércoles, 7 de agosto de 2013

Todo el mar en primavera II

Era septiembre de 2005 cuando escribí estas líneas, que ahora, si se pudiera llamar así, serían un homenaje para El Bolo Flores.  Es un trabajo de aquel último año en la U, seguro cuestionable y criticable, ¿cuál no? ¿el de quién no? Que sirva hoy para recordarlo como un autor de nuestra sociedad.  Es decir, como alguien que, al escribir sobre nuestra sociedad nos permite vernos y entendernos, cuestionarnos y sentirnos como parte de esta sociedad.

Los Compañeros[1]

Esta obra de Marco Antonio Flores que nos cuenta algunos momentos cotidianos de las vidas extraordinarias de “los compañeros”, estos tres amgios de su infancia, su compañera (la que siempre será su compañera) y él mismo nos dejan leer su mente, la secuencia de sus ideas, de sus pensamientos, de sus recuerdos.  Es un viaje guiado por la asociación libre en la que encontramos reflejados los sentimientos de el bolo: el personaje y el autor.
Este viaje tiene recorridos distintos según la historia que sigamos, sin embargo atraviesa lugares comunes no sólo a los personajes, sino comunes también para nosotros. Y al final aquel lugar común a todos y todas: la muerte.  Una muerte que se da de formas muy diferentes, a veces lenta, otras veloz, a veces física, otras psicológica.  Por ello, trataré de mostrar, es posible asociar la canción de Charly García de la página [entrada] anterior, por que siempre igual, los que no pueden más, se van.
 Veamos como empieza este viaje: El sueño de un sol y de un mar y una vida peligrosa, cambiando lo amargo por miel y la gris ciudad por rosa. Es decir lleno de inquietud, de fantasías, de sueños, de anhelos, metas... para cada uno se trata de diferentes cosas. El Patojo sueña con estudios, hogar, familia, vida social, reconocimiento, gloria... vida, porque yo siempre he deseado vivir y que los demás vivan y vivan felices,”[2] Para otros, como el Rata, para quienes tal vez se trata de algo muy sencillo: una vida tranquila, con ciertas comodidades, tal vez ajeno a los demás.  O para el Bolo, podría ser el sueño de la soledad, la que disfrutó tanto en el encierro, en el castigo impuesto por la estrábicamaestra.  Para Chucha Flaca, el sueño de revolucionar la patria a través de la acción política y bélica si era necesario. Los cuatro compañeros buscaban, a su manera, el sueño de cambiar las cosas, de estar y de ser mejor.
Pero, Te hace bien tanto como hace mal, te hace odiar tanto como querer y más... mucho más. La búsqueda de ese sueño les llevó a vivir a cada uno un sin fin de experiencias que les constituirían en ellos mismos.  Para el Patojo la formación que recibió en Cuba, la lucha armada, el combate directo de las fuerzas militares del país fueron, al igual que las borracheras y demás licencias de su adolescencia, los elementos con los que manifestó su amor y su odio, su cólera, su fidelidad al callar durante la tortura, su idealismo, fue allí donde tuvieron campo sus sentimientos y emociones.  Para el Bolo, esa búsqueda de libertad e independencia le llevó a vivir a Cuba, a París, Praga, Londres... le llevó a vivir y negar el amor a Tatiana, a despedirse con cólera de la patria y de los mismos compañeros (a quienes luego quiere retratar en este libro), la libertad quizás no la encontró, pero cuánto vivió persiguiendo ese sueño, cuanto amor y cuántas amantes, cuánto odio y cuántos odiados.
Para Chucha Flaca, la vida en el partido fue uno de sus principales odios, pero antes debió ser uno de sus grandes amores; así podemos explicar la cólera con que vive en el exilio, una cólera contra el partido y al fin, contra sí mismo.  El Rata, quizás la cólera y el amor tengan menor intensidad en su historia, pero no por ello pasarán desapercibidos, el aburrimiento y la cotidiandidad de su vida, el trabajo y el matrimonio son los ambientes en que su vida transcurre con ese ritmo lento que le exaspera... el ritmo lento que a veces quisiera acelerar buscando una aventura, y la quiere, y la desea porque puede ser un objeto al cual amar, al cual querer, que podría ser también un hijo pero que por rechazo al dominio materno no desea (o no reconoce deseralo)[3].
Esas vidas transcurren en un devenir guiado por el azar, crecen los compañeros, se hacen hombres, se alejan entre sí, se distancian; se olvidan y se recuerdan; cambian de país, se exilian, regresan, desean regresar, se acomodan; cambian de ideología, de profesión, de posición, de postura; Pero en sí,  nada más cambiará, y un sensual abandono vendrá y el fin... cambiaron mucho de aquellos compañeros que integraron el club, de los boys (bois), quedaron los recuerdos que luego serán el lazo del pasado al que quieren volver o del que quieren huir, o el que simple y sencillamente recuerdan y reviven.  Pero el Bolo sigue solo, no es libre, se ató a Tatiana al negar su amor, se ató a la Guatemala de la Asunción que abandonó, se ató a su tíasolterona y a su hermana, quedó unido a los compañeros a quienes escribe y de quienes no logra soltarse, ni escribiendo; quizá el Bolo es el mejor ejemplo de los que cambian todo, excepto su pasado y viven atados a él. 
El Rata sigue bailando el son que le tocan, si bien su mamá, si bien su esposa, el ritmo que toque aquella mujer (aquella persona) que le garantice de algún modo que estará acompañado, que no está solo; aunque quisiera tener muchas cosas no se atreve, no cambió; quizás él sea el mejor ejemplo de los que no se atreven a cambiar nada.  El Chucha Flaca pretendía cambiar una sociedad, y una institución fue el principal obstáculo para conseguirlo, luego no logra, ni trata, de cambiar esa institución que descubre “contaminada” de nepotismo, de conveniencias, de aprovechados... prefiere huir y se convierte, al desfalcar y desertar[4], en uno más de esos a los que señaló; quizá el Chucha Flaca sea el ejemplo de los que terminan siendo absorbidos por el sistema que rechazan, no sólo por el sistema capitalista, también por el actuar del partido.
El Patojo, quizás el que tuvo más éxito en su intento de cambiar las cosas, no cambió su historia, la asumió: esta decisión era la última que podría tomar yo solo, y la primera. Era la decisión más importante de mi vida y la única tomada por mí, mi madre, mi padre, los curas, lo profesores, los catedráticos de la universidad, los dirigentes del partido, todos... habían decidido por mí.”[5] Así que asumiendo su pasado encara al futuro con su decisión, sin traicionarse[6], y pretende hacer un cambio en la sociedad, para construir en ella el sueño de una vida mejor.  Es difícil decir si lo consiguió, es casi una cuestión de interpretación personal; el Patojo puede representar el ideal que el Bolo (el autor) pretendía alcanzar, aquel compañero por el que su admiración es mayor, por su determinación y por su entrega, porque de alguna manera (según alguna interpretación) consiguió el cambio que quería: el propio.  Y el fin...
El final del camino que es el momento de la muerte: todo el mar en primavera. Bang bang bang! hojas muertas que caen siempre igual, los que no pueden más se van... como el Patojo que muere porque sabe que ya no puede más, físicamente está agotado, destruido, deshecho, muerto.  Y su muerte es inminente, ya no es evitable, el Patojo desea morir...
Chucha Flaca: sigue bien físicamente, sigue bien cómodo, sigue pero sigue vacío, sigue extrañando, sigue tomando y al tomar recuerda lo que dejó, lo que quiso cambiar.  Muere el Chucha Flaca “revolucionario” y se convierte en el muñeco de una hipi (jipi) pequeñoburguesa. A la que habría rechazado y a la que piensa abandonar[7], ella representa su muerte, podría pensarse que es la forma que eligió de expiar su culpa y terminar siendo absorbido por los sistemas que rechazó. Su muerte no es deseada, no es explícita, su muerte es más lenta, es diaria, todavía aguanta; la cuestión es por cuánto tiempo “con el cansancio, con la tarde, en la lluvia, donde sea se pondrá a recordar estas historias[8]”.
El Rata: Su muerte fue decidida, su muerte es más lenta... El Rata va muriendo poco a poco y desde antes que todos. Él ha renunciado a sí mismo desde antes, ha dejado que su madre decida, que su mujer decida. Renunció a vivir, decidió morir cuando vió (o creyó) que no podría cambiar nada de su mundo, que ya no podría más... y se acomodó a lo que su mundo le exige, vive físicamente pero su espíritu (su alma, su psique, su sentido) ha muerto.
El Bolo: su alma y sus recuerdos siguen vivos, su cuerpo también, su muerte sí ha sido deseada pero no ha sido decidida, sabe que no puede escapar de esos recuerdos y aunque trata de abandonarlos, de dejarlos, le persiguen, le duelen.  El Bolo desea morir, porque su pasado es muy duro con él, porque él es muy duro con su pasadoYa no puede más... su historia es muy pesada, su presente es muy difícil, ser siempre extranjero, ser siempre exiliado, incomprendido, amante que no ama (ni es amado), Ya no puede más... porque ha muerto ante los demás, porque desea perderse en el masa, pasar inadvertido, porque ha renunciado a la posibilidad de encontrarse con el otro (no sólo con su mamá y con Tatiana), y así ha renunciado también a encontrarse consigo mismo.
<<Allí mismo se va a quedar
Chupando
Oyendo los bongós[9]>>
La, ra, la, ra, ra ra ra...


[1] Flores, Marco Antonio. Los compañeros. Editorial Óscar de León Palacios. Guatemala, 1992. 256 pp.
[2] Cf. p 197.
[3] Cf. p 154.
[4] Cf. p. 216
[5] P. 199
[6] Cf. p. 199
[7] Cf. p. 233
[8] Cf. p. 234
[9] Cf. p. 254

Todo el mar en primavera I

Hace dos semanas ha muerto "El Bolo" Flores.
En primavera, claro, porque este es el país de la eterna primavera.
Pero la alusión de este título es más bien a una canción de Charly García en la cual me permití apoyarme cuando en el último año de la carrera de psicología hice un análisis de una obra de Marco Antonio El Bolo Flores.  La canción se llama Viernes 3:00 a.m. (del Album "La grasa de las capitales" de "Serú Girán") y la obra del Bolo: Los Compañeros.

Abajo transcribo la letra y aquí está el video de una interpretación de Fito Paez, de este tema.
El análisis lo comparto en la próxima entrada.


La fiebre de un sábado azul
y un domingo sin tristeza
esquivas a tu corazón
y destrozas tu cabeza.
Y en tu voz
sólo un pálido adiós
y el reloj en tu puño marcó
las tres.

El sueño de un sol y de un mar
y una vida peligrosa,
cambiando lo amargo por miel
y la gris ciudad por rosa.
Te hace bien
tanto como hace mal
te hace odiar tanto como querer
y más...

Cambiaste de tiempo y de amor
y de música y de ideas
cambiaste de sexo y de dios
de color y de frontera.
Pero en sí,
nada más cambiará,
y un sensual abandono vendrá
y el fin...

Y llevas el caño a tu sien
apretando bien las muelas
y cierras los ojos y ves:
todo el mar en primavera.

Bang bang bang!

hojas muertas que caen
siempre igual,
los que no pueden más
se van...
La, ra, la, ra, ra ra ra...

¿Pueblo Quién?

Hace poco se graduó de licda una amiga.  No ha recibido el título, eso es un camino largo por la burocracia universitaria... como decía alguna compañera en clase la semana pasada sobre la burocracia "tanto nos cuesta entrar, imagínense salir".  O tal vez así recuerdo que ella dijera, pero dijo otra cosa.
En fin, a Paola, la recién graduada, le escribí este poema como un gesto de cariño y de reconocimiento porque, además de académica e intelectual, su práctica ha sido política.

¿Pueblo Quién?

Cuando te veo ahora,
veo que no has cambiado.
Veo que seguís siendo vos;
Vos con más ganas…
Vos con más entusiasmo…
Vos con más acciones…
…que la mayoría.

Vos haciendo EPS,
Vos trabajando junto al pueblo.
Pueblo que sufre y que ríe,
Pueblo que marcha y que baila,
Pueblo que denuncia y que canta.
Pueblo que sos vos y soy yo…
…Pueblo Nosotres.

No nuestra tierra…
No nuestra vida…
No nuestra gente…
No nuestro pueblo…
Sino
La tierramadre, nantiox.
Toda la vida y
Nosotres, la gente.
Nosotres pueblo…
…Pueblo Nosotres.

No nosotros: ¡Nosotres!
Porque el lenguaje,
compañera, es también
campo de lucha.
Y en la lucha, compañera
nos llamamos:

…Pueblo Nosotres.

lunes, 5 de agosto de 2013

De las tantas revoluciones


Tesis sobre (contra) Feuerbach

De las 11 tesis escritas por Marx (¿o por Engels? o quizá por Marx y Engels) me gustó muchísimo esta, la última:
<<Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata
es de transformarlo>>