martes, 29 de abril de 2014

Escribió Henry Miller

-Cada guerra es una destrucción del espíritu humano-

lunes, 28 de abril de 2014

Sábado en la Casa de los Flores*

Tengo un don que no se
para qué me sirve.
Tengo un orgasmo guardado
que no se lo puedo dar a nadie.
Tengo voces de mujeres a mi lado
a las que no comprendo.
Tengo música de ensueño
y la bailo sola, pero conmigo.
Tengo una amante que me ama más
de lo que yo a ella.
Mejor empaco mi vida
y me voy sin conocerme
esperando ponerme más loca.



*Zona 1, Ciudad Guatemala.

miércoles, 23 de abril de 2014

La Muerte Maldita

Caminante yo iba, cuando vi que una flamante figura venía.
-Soy la muerte, me decía. Y enamorado de ti vengo hace días.
-¡Oh muerte maldita! ¿Acaso mi turno de partir ha llegado este día?
-No te preocupes adorada mía, tu día no te toca hoy, ni de noche ni de día.
-¿Y a qué se debe tu visita entonces muerte maldita? Le pregunté ya sin agonía
-La tristeza de no ser cercano a ti, el alma en dos me tenía.

Los días pasaron y la muerte a mi recurría para calmar sus llantos de que nadie lo quería.
-¡Quiéreme tu, princesa amada mía! Dame la dicha de hacer el amor una vez con quien mi corazón merita.
-¿Cómo podré yo hacer el amor contigo muerte maldita? Ya me has quitado a varios de los míos y ni despedirme me has dado la dicha.
-¿¡Qué culpa tengo yo!? Aclamando me decía. ¡Que el peor trabajo del mundo me haya sido encomendado sin compasión! Y ahora tengo que soportarlo sin vos.
-¿Acaso me estás dando a escoger vivir mi vida sin tu compañía? Ilusionada yo decía.
Jamás! Gritó la muerte maldita. ¡Aprenderás a vivir conmigo cada día!

Y así hizo la adorada con la muerte maldita. Convivió con la muerte como ésta se lo pedía.
Una noche de carnaval, su adorada conoce a un gran galán.
Ambos se enamoraron en demasía y la muerte de envidia moría. Convencido de que un favor hacía a aquella doncella con belleza infinita, ideó un plan que de adrenalina morir podía.
Su amor llevaba tres semanas, cuando la muerte decide arrebatar el amor de los brazos de su querida. Una muerte dolorosa le ha brindado con una fiebre que lo hizo llorar a cántaros.

-¿¡Cómo me haces esto muerte maldita!? ¿¡Condenada a vivir bajo tu presencia estoy cada día!?
-Un favor te he hecho doncella amada mía. Ahora vivirás con un perfecto recuerdo de tu ideal, que bien pudo destrozarte tu alma en el año de vida que le quedaba.
-¿Has adelantado su final, odiosa muerte maldita? Aclamaba sollozada.
-Si lo he hecho ¿qué no fue un mejor final?
Y así hizo la muerte con todos los amores de su princesa querida, hasta que ésta misma su corazón se arrancó para tratar de quitarse la vida.
-Si tu mueres ya no te veré más princesa mía. Morirte no podrás jamás.

Los años pasaron en la dulce Ana querida. Su vejez se apresuró por su falta de amor.
Sin pareja y sin descendencia a la muerte maldita le pidió que actuara con prudencia.
-Dame descanso muerte maldita. Mi vida acorté por tu maldita egolatría.
-Dame un descanso eterno y por piedad, déjame ir en paz.
La muerte pensó que su dulce Ana querida jamás le haría el amor.
Y con el mejor de los besos de ella se despidió.
-Ve en paz y sueña en el descanso eterno. Dulce amada mía, ¡espero verte en el cielo!
Al finalizar su beso se dio cuenta que la muerte no goza de descanso eterno y arrepentido del  concedido deseo a su dulce amante eterno un grito pegó y Ana, sonrió en el cielo.



lunes, 21 de abril de 2014

Hasta Conocer al León de Judah -Parte 3-

Mientras bailaban, Kahina no pudo evitar tocarle los hombros, los brazos, las manos. Era la primera vez que tocaba a un hombre sin que éste fuera su padre, su hermano o el maestro. Resultaba excitante y le provocaba adrenalina el hecho de tenerlo tan cerca. Mientras Kahina alucinaba y soñaba despierta con su vecino, vio como el movió la boca e inmediatamente asumió que el le había hablado y ella por estar fantaseando con el, no le escuchó. "¿Qué dices?" -Le preguntó apenada. "Que tu eres Kahina ¿verdad?" -Le repitió su vecino. Ella asintió con la cabeza e inmediatamente se sintió avergonzada de no saber su nombre. Kahina estaba petrificada en su mente pero su cuerpo seguía el ritmo de la música. "Yo me llamo Aashiq" -Dijo su vecino riéndose, ya que sabía que no había forma que Kahina supiera su nombre teniendo un esposo como Aaghad. "Siempre te había visto, pero nunca me había atrevido a hablarte." -Continuaba Aashiq. Kahina pensó que debía decir algo. No podía permitir que Aashiq pensara que ella era tonta, y dijo lo primero que se le vino a la mente "Yo también siempre te había visto, pero mi..." -Suscitó un momento antes de decir la palabra "esposo" debido a lo que sentía por Aashiq, pero después sintió culpa y le dijo la verdad. De igual forma ¿no era obvio que ella ya había sido tomada? Así que continuó "pero mi esposo no me dejaba hacer muchas cosas" -concluyó. "¿Dejaba? ¿pasado?" -le cuestiono Aashiq. "He decidido marcharme" -contestó asertivamente la joven muchacha. "Ya no podía seguir viviendo de la forma en que vivía, estoy segura que alguna vez viste como me... como me..." "No es necesario" -interrumpió Aashiq. "Me siento un poco mal de decirte esto, pero me llena de alegría que lo hayas hecho. Aaghaa es el típico hombre que piensa que puede hacer lo que se le de la gana con las mujeres" -afirmaba. Kahina no podía creer lo que escuchaba de la boca de Aashiq ¿en realidad un hombre podía pensar así? Si, si podía aparentemente. Cuando la música dejó de sonar ambos pensaron que no podía ser el final del baile. Se miraron fijamente. Aashiq sabía que Kahina jamás daría el primer paso. Se acercó a ella y la beso. Kahina no sabía lo que estaba pasando, pero ese 14 de agosto había sido su primer beso. Semanas después ella recordaría como había sido la forma tierna y sensual en que había visto sus ojos y luego como canicas rodando, sus ojos se dirigieron a su boca. Cómo la tomó de la mandíbula izquierda con su masculina mano derecha y se acercó para topar sus labios con los suyos, no si antes humedecerlos un poco. 

Ese mágico y monumental 14 de agosto le dio un nuevo giro a su viaje; un giro que se daría cuenta más adelante. "Disculpa si te he ofendido" -dijo Aashiq con la sonrisa escondida. "De ofensa no he experimentado nada" -respondió Kahina con la sonrisa no tan oculta. Caminaron juntos por la casi calle principal platicando de tonterías y no tan tonterías. A Kahina ya no le preocupaba parecer inteligente frente a el. Estaba cómoda. Las horas pasaron y la luz del día se despedía en un paupérrimo atardecer. "Amante" -le dijo espontáneamente a Aashiq. "¿Eso significa tu nombre verdad? en algún lugar lo escuché. Es hermoso." -dijo sonriente Kahina. Se quedó pensativa algunos minutos. Minutos que recalcaban una verdad inevitable para ella. Las conclusiones eran determinantes. Cuando estaba a punto de expresarle sus pensamientos a su compañero, éste le dice: "Guerrera". Unos segundos de pausa. "¿Cómo dices?" -Le preguntó Kahina como si esa palabra le hubiera penetrado en el pensamiento borrando todo lo que había pensando hace unos segundos. "Guerrera significa tu nombre ¿no lo sabías?". Todo tenía sentido ahora. Desde que nació ya era una guerrera y una guerrera lucha a pesar de los lamentos de su ambiente. Las ideas que rondaban su mente antes que Aashiq dulcemente la interrumpiera inundaron nuevamente su mente. Aashiq era un amante y ella una guerrera; tenía que seguir luchando para poder estar con un verdadero amante y no con uno que se hiciera llamar el maestro. Un juego de palabras que surgió de sus nombres pero hacía mucho sentido para ella. "Aashiq, tengo que seguir mi viaje, tengo que seguir luchando". -decía Kahina con indicios de lágrimas en los ojos. "Yo te entiendo" -con tristeza le contestaba Aashiq. "Sigue, guerrera." 

Así se levantó Kahina y sacó un trozo de papel y con su lápiz le escribió un poema que se sabía de memoria gracia a su madre llamado Viaje que pertenecía al primer Nobel de literatura africano y negro Wole Soyinka:

VIAJE
Aunque llegué al final del viaje,
Jamás sentí que hubiera llegado.
Tomé la carretera
Que sube despacio la cuesta de las preguntas, y que me lleva
Incluso a descender a la tierra que conduce a casa. Yo sé
Que mi carne está limpiamente mordisqueada, perdida
Para el perturbado pez entre las vainas susurrantes-
Yo los dejé atrás en mi ruta.

Y así también con el pan y el vino
Necesito la repartición de derrota y carestía
Yo los dejé atrás en mi ruta
Jamás sentí que hubiera llegado
Aunque amor y bienvenida me atrapan en casa
Los usurpadores pasan mi copa en cada
banquete como en una última cena.

Se lo dejó en las manos y empezó a caminar. Aashiq la tomó suavemente de la mano para darle otro papel que llevaba desde que la vio partir de casa. De alguna forma sabía que ese momento llegaría; el momento de darle ese papel. El sabía que Kahina era una guerrera y que su viaje no podía concluir con él. Aashiq sabía que esta nueva Kahina que percibió desde que la vio salir a escondidas de Aaghaa sería un regalo para el mundo y que retenerla con aquella excusa del amor, sería el acto más egoísta de su vida. 

Aquí estaré si regresas.

Decía el papel.




jueves, 3 de abril de 2014

ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE

Un sueño soñaba anoche, soñito del alma mía,
soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
-¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
-No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
-¡Ay, muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
-Un día no puede ser, una hora tienes de vida.
Muy deprisa se calzaba, más deprisa se vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor viviía.
-¡Ábreme la puerta, blanca, ábreme la puerta, niña!
-¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
-Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
La Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
-Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe; la muerte que allí venía:
-Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.

Anónimo español.

Hasta Conocer al León de Judah - Parte 2

Hasta Conocer al León de Judah
Parte 2

En una muy pequeña bolsa llevaba algunas cosas que le pudieran servir. Un lápiz, hojas de papel que le había robado a Aaghaa, una toalla, fósforos y un cuchillo. No sabía hacia dónde iba, pero empezó a caminar. “No puede ser muy distinto a lo que ya sé hacer; caminar sin saber a dónde” –pensó.

Caminaba presurosa cuando, de repente, vio a su vecino del otro lado de la calle. Le dio mucho miedo quedarse para saludarlo. Si bien era obvio que los dos guardaban deseos de hablarse, e incluso, de tocarse, no podía arriesgarse a cuestionar la tradición de los hombres, que seguramente le habían inculcado a su vecino también, en procurar que las mujeres se guarden para sus maridos y por ende, decirle a Aaghaa que me había visto huyendo. Así que sacó un trozo de papel y su lápiz para escribirle una pequeña nota. Kahina sabía que él la observaba. Cuando quiso empezar se dio cuenta que no sabía su nombre. “Querido…” nunca le había preguntado. Así que lo tachó y empezó a escribir sin la debida introducción que estaba segura que llevaban las cartas de amor, aunque recordó que no todas debían de empezar así, como lo había leído de pequeña de un tal Becquer.

<Se preguntarán cómo una mujer como Kahina sabe leer y escribir. De niña su madre le enseñaba a leer y a escribir a escondidas de su padre. Se encerraban en el baño por lo menos 15 minutos al día para indagar en los libros que de alguna forma su madre había conseguido guardar de su padre. Entre su literatura, las cartas de Becquer que un gringo había decidido dárselas sólo porque pensó que estaba haciendo su obra del día, y de repente, quería un poco de sexo. La mamá de Kahina había aprendido de su abuela. Era una aparente tradición que las madres les habían enseñado a sus hijas con tal de que alguna se atreviera a hacer algo, pero ninguna lo había hecho, hasta ahora. Ese gringo jamás se imaginó que esas cartas llegarían una generación después para declarar amor de la forma más cotidianamente rápida.>

“La cárcel de mi cuerpo me mantenía en cautiverio, pero el paraíso de mi mente me mantenía libre. Tu estabas en ese paraíso que me mantenía hirviendo por dentro y hoy, me libera completa.” Tiró el papel y salió corriendo sin saber si su vecino captaría la idea que era para el.
Salió de su kebele y otra vez un sentimiento agridulce invadió su corazón; estaba feliz por dejar la vida que la acomplejaba, pero estaba triste por dejar la vida que la había hecho reaccionar en querer salir de ella.


La contrastada vida de Kahina empezó en Gambela, un Estado de Etiopía. En Gambela, desafortunadamente para ella y para muchas más, hay más hombres que mujeres. Podría haber 1,5 hombres por cada mujer, pero a Kahina le había tocado a Aaghaa. Su grupo étnico son los Nuer, que se dedican al ganado y a la agricultura principalmente. Kahina nunca había aprendido a trabajar lo que los de su etnia hacían porque Aaghaa la dejaba en la casa sin poder salir. Así que ella sabía poco o nada de subsistir sin un hombre a su lado. “¿En qué estaba pensando al irme de mi casa sin saber qué hacer?” –pensó. De todas formas ya era muy tarde para regresar ya que seguramente Aaghaa se había dado cuenta que no estaba y ya la estaba furiosamente buscando. Su sudorosa piel le indicaba que ya había caminado bastante. “Ya no debo de estar Gambela” –pensó, y en efecto, se encontraba en Adis Adeba, una de las ciudades más importantes de Etiopía. Sacó su pequeña toalla de su bolsa y se secó la frente por todo el sudor que el escurría. Caminando por la calle principal, se encontró con un grupo de danzantes y músicos. Estaban amenizando con un Ethio-jazz. Si algo había aprendido a hacer Kahina cuando Aaghaa la dejaba sola, era bailar. Sin pensarlo dos veces empezó a bailar con el grupo moviendo los hombros y la cabeza que es una de las formas de baile tradicional en Etiopía. Hacía sonidos con la boca y jamás se recordó que había caminado por kilómetros para llegar allí; no estaba cansada. Cuando más extasiada estaba de ver la libertad de las mujeres al bailar en esa gran ciudad se dio cuenta que allí estaba él. La observaba fijamente como asombrado de verla bailar de la forma en que lo hacía. Inmóvil, no sabía que hacer. No sabía si correr o meterse entre la gente. Allí estaba su vecino. Ambos se vieron fijamente sin saber qué hacer. Segundos después su vecino se acercó a ella y le mostró el papel que Kahina había tirado al suelo cuando todavía estaba en Gambela. Su corazón palpitó tan fuerte que se avergonzó de pensar que el los podía escuchar. “¿Esto era para mi?” –le preguntó su vecino. “Si”, -contestó Kahina con el corazón en la mano y con la música en el cuerpo. Entonces empezaron a bailar juntos y al fin, se tocaron.

miércoles, 2 de abril de 2014

Hasta Conocer al León de Judah - Parte 1

“Hasta Conocer al León de Judah”
Parte 1
Por: Paula Orellana Cardona

Esa mañana Kahina vio sus pies por primera vez de una forma que no lo había hecho antes. Los vio como único medio de transporte hacia su nueva vida. Con su pelo negro y espeso, su piel hacía juego con su pelo, sus ojos café oscuro, su falda de colores y su clítoris remendado empezó el viaje de su vida.

A sus 16 años conocía muy poco de la vida e iba a seguir así por estar casada con un hombre malo, malo –decía ella. Había pasado los últimos años de su vida junto a él por una de las desgracias que la hacían parte de ese gremio, la menstruación. A sus 12 años se hizo mujer y se vio obligada a vivir con Aaghaa. Un hombre de 32 años, musculoso, atractivo para las otras mujeres, alto, de piel negra, de cabeza rasurada, habilidoso y no muy inteligente que, irónica y  estúpidamente, su nombre significaba “maestro de”. “¿Maestro de qué?” –Pensaba Kahina.

Una mañana Aaghaa la agarró todavía medio dormida, le quitó la ropa. Para él, era procrear. Para ella, era violación. Cuando esto ocurría Kahina sólo cerraba sus ojos y se imaginaba cosas hermosas. Un abrazo, una flor, un beso, un estofado o incluso su vecino que hacía ya bastante tiempo cruzaban miradas que decían más que su única conversación; “hola”.

Al cabo de unas semanas, vino. Vino la menstruación. Ver lo rojo en su ropa era un sentimiento agridulce. Daba gracias porque no había engendrado a tal criatura con los genes del maestro, pero significaba una golpiza por ofender a Aaghaa. ¿Había algo que hubiera hecho para merecer eso? En realidad no lo sabía. No conocía nada más. Toda su vida vivió así, sólo que de niña aprendiendo de sus padres.

Despertó esa mañana, La mañana. Aaghaa se levantó tarde. Eso no pasaba nunca. Tuvo un dilema, uno de esos conflictos dónde sabes lo que tienes que hacer antes que pase el momento. Se dirigió al patio, tomó un leño, se paró del lado de la cama de Aaghaa. Lo vio, lo miró, lo observó. Tenía la vida del maestro en sus manos. Se quedó así por unos minutos, meditando, recordándose de todas las veces que la golpeó, que la violó, que la amenazó y que el se lo disfrutó. De repente, Aaghaa, todavía dormido, se rascó la nariz y asustada de pensar que se iba a levantar lo golpeó. Y lo golpeó y una vez muerto, lo golpeó otra vez.


Sin expresión en el rostro, rodó una lágrima. Se la secó y se sentó al lado Aaghaa. “Algún día esto iba a pasar” –dijo Kahina. “Perdón”. Repentinamente, despertó. Todo había sido un sueño. Se levantó con lágrimas en los ojos. Al voltear a ver Aaghaa, seguía dormido. “¿Es esto una señal?” Su corazón se llenó con un sentimiento que no había experimentado antes. El sentimiento de pensar que no estaba sola, que alguien la cuidaba. Se levantó de prisa, pero esta vez no a conseguir un leño. Agarró sus cosas y se fue sin hacer un solo ruido. Así fue como al salir de su casa vio sus pies y empezó el viaje. Su viaje.