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Las ciencias sociales, a pesar de
tener muchos puntos en común, tienen también sus diferencias. Tal vez el
punto en común más importante sea el objeto de estudio, que viene a ser
el mismo en todas ellas, y la diferencia más esencial sea la forma de
abordar ese objeto, que es distinto en cada una. En efecto, como no hace
mucho escribía el antropólogo Beltrán Roca Martínez (2008b, p. 10), “en
la actualidad los límites entre las distintas ciencias sociales son
resbaladizos y poco consistentes : a menudo, sociólogos, politólogos,
historiadores, psicólogos sociales y economistas, comparten los mismos
objetos de estudio que los antropólogos”. Sin embargo, cada una de estas
disciplinas tiene una manera propia y peculiar de aproximarse a su
objeto, de forma que si el enfoque de la psicología social es
esencialmente el estudio de aquello que es a la vez psicológico y
social, es decir, lo psicosocial, la antropología presta atención
principalmente a la diversidad cultural. Por ello no es extraño que la
antropología haya tenido más relación con el anarquismo que la
psicología.
Como añade el citado Roca Martínez (2008b, p.
11), “el anarquismo no es un sistema ideológico cerrado y bien
delimitado, sino un conjunto abierto y en permanente cambio de ideas y,
sobre todo, de prácticas cuyo objeto es erradicar o limitar lo máximo
posible las relaciones de dominación… Entender el anarquismo
principalmente como una práctica tiene una importante consecuencia
metodológica : la antropología, como ciencia de las prácticas, es una
disciplina académica privilegiada para el estudio del anarquismo”, por
lo que no es extraño que existan unas estrechas relaciones entre
antropología y anarquismo (Roca Martínez, 2008a), hasta el punto de que
son muchos los antropólogos relevantes que se confiesan anarquistas,
como son los casos de Piotr Kropotkin, Marcel Mauss, Radcliffe-Brown,
Pierre Clastres, Murray Bookchin, John Zerzan o David Graeber,
existiendo numerosas publicaciones que relacionan explícitamente ambas
cosas (Barclay, 1992 ; Graeber, 2004 ; Roca Martínez, 2008a ; Morris,
2005, etc.). Y ello a pesar de que la antropología nació en el siglo XIX
precisamente en el contexto del colonialismo, y como un intento de
“investigar la cultura y las formas de vida de los pueblos colonizados
para poder ejercer mejor la dominación colonial. (Pero), con el tiempo,
los antropólogos fueron siendo conscientes de la utilidad de sus
trabajos para las potencias coloniales y trataron de rebelarse
promoviendo la resistencia de los nativos y tratando de combatir el
etnocentrismo. Sin embargo, aún hoy está presente este carácter lúgubre
de la antropología. La financiación estatal y empresarial a la
investigación antropológica continúa estando motivada por propósitos de
dominación” (Roca Martínez, 2008b, pp. 16-17).
En psicología
social se dio un proceso similar : surgió poco después de la
antropología y lo hizo, sobre todo en Estados Unidos, con la finalidad
de servir al capitalismo. Pero tal finalidad la cumplió mejor que la
antropología la suya porque en nuestra disciplina la hegemonía del
positivismo fue mucho mayor. De ahí que haya sido más difícil y menos
frecuente la influencia del anarquismo en la disciplina, de forma que
existen pocos psicólogos que se consideren a sí mismos anarquistas y
menos aún aquellos en los que tal autoasignación se nota en su trabajo.
De hecho, poco se ha escrito de forma explícita hasta la fecha, que yo
sepa, sobre la relación entre anarquismo y psicología.
Pues bien,
las posibles relaciones entre psicología y anarquismo derivan
principalmente de dos cosas : en primer lugar, de qué entendamos por
psicología y de qué tipo de psicología elijamos ; y en segundo lugar,
del nivel de relación entre ambos fenómenos que seleccionemos. Las
múltiples psicologías existentes podrían ser resumidas en dos :
psicología tradicional, individualista y positivista, y psicología
crítica, sea marxista o sea “postmoderna”. La psicología positivista
poco tiene que ver con el anarquismo, la psicología marxista, por
razones obvias, tampoco ; sin embargo la que podríamos llamar
“psicología social postmoderna” (véase Ovejero, 1999) sí tiene más
afinidad con él.
En cuanto a la psicología dominante, tenemos que
decir que, dado su carácter individualista y psicologista, a menudo al
servicio del sistema capitalista (Parker, 2010 ; Sampson, 1977, 1981
;Sapsford y Dallos, 1998 ; Wexler, 1983), pocas relaciones podemos ver
entre ella y el anarquismo. Para que estas relaciones existan o puedan
existir, necesitaríamos acudir a otro tipo de psicología, crítica,
radical y con pretensiones de emancipación (véase Ibáñez, 1994, 1997 ;
Ibáñez e Íñiguez, 1997 ; Ovejero y Ramos, 2011 ; Wexler, 1983), que
sigue siendo minoritaria todavía a día de hoy, pero en alza. A pesar de
que no hace mucho Ian Parker (2010) defendía la imposibilidad intrínseca
de una psicología emancipadora, dado el carácter intrínsecamente
individualista de la disciplina, algunos aún creemos en la posibilidad
de esa psicología, aunque para ello resulte imprescindible abandonar el
positivismo.
Cinco posibles enfoques a la hora de estudiar las
relaciones entre psicología y anarquismo : las relaciones entre
psicología y anarquismo son numerosas y pueden ser abordadas, al menos,
desde estos cinco enfoques :
1) Estudio de la psicología
explícitamente libertaria : no existe aún una psicología explícitamente
libertaria. La psicología dominante es positivista e individualista y,
por tanto, profundamente acrítica y ahistórica, de forma que no sólo no
ha supuesto ninguna amenaza para el sistema sino que, por el contrario,
ha constituido un instrumento poderoso a su servicio, por lo que,
estamos ante una disciplina casi inherentemente antilibertaria : pone el
énfasis más en lo individual que en lo colectivo, más en la
homogeneidad que en la diferencia, más en la verdad absoluta que en la
verdad relativa, y más en una sociedad ya hecha y fija que hay que
estudiar que en una construida por nosotros mismos ; incluso el ser
humano tendría una naturaleza fija, lo que, por otra parte, contraviene
los últimos hallazgos de las neurociencias (véase Tomasello, 2007),
dejando poco espacio para que la cultura y la educación puedan modificar
de una forma sustantiva ni a la sociedad ni al propio ser humano.
2)
Análisis del anarquismo teórico por parte de la psicología social : por
razones evidentes, a los psicólogos, generalmente liberales o
conservadores, no les ha interesado estudiar a los autores del
anarquismo histórico (Bakunin, Kropotkin, Anselmo Lorenzo, etc) y su
posible utilidad para la disciplina, utilidad que podría haber sido
importante y fértil.
3) Examen de la obra de los psicólogos que
dicen ser anarquistas : como ya se ha indicado, además de no haber
muchos conocidos psicólogos con inclinaciones abiertamente libertarias,
no todos los que hay desarrollan una obra diferente de la que
desarrollan los no anarquistas, al menos en España, aunque, ciertamente,
existen algunas brillantes excepciones.
4)Indagación en la
psicología existente para analizar en qué medida sus contenidos pueden
ser útiles para el anarquismo : a pesar de que, como ya he señalado, su
enfoque teórico es eminentemente individualista y de que su método es
básicamente positivista, a mi modo de ver hay muchos estudios en la
psicología social que podrían ser de cierta utilidad para los
anarquistas e incluso para la construcción de una psicología libertaria,
entre ellos la influencia social, en especial los estudios sobre
conformismo y más aún sobre las minorías activas, la obediencia a la
autoridad (por cierto, se han analizado exhaustivamente las razones de
la obediencia de los sujetos que obedecen, pero no las que llevan a
muchos a rebelarse contra la autoridad), la conducta de ayuda, la
psicología social de los grupos y en particular las investigaciones
sobre cooperación y aprendizaje cooperativo ; especialmente útil es para
el anarquismo el análisis de las relaciones intergrupales, sus
tensiones, conflictos y relaciones de cooperación, así como el estudio
del poder de la situación en la conducta humana (véase Ovejero, 2010a).
Ahora bien, el tratamiento que la psicología tradicional ha hecho de
estos temas tiene una gran dificultad para ser utilizada en la
construcción de una psicología anarquista. Me refiero a su enfoque
positivista, a su feroz individualismo, a su utilización de argumentos
de autoridad y en especial a su concepto del ser humano y de la sociedad
: el mundo social, al igual que el físico, es como es y lo único que
tenemos que hacer es estudiarlo objetivamente para conocer su naturaleza
y su funcionamiento para, de esta manera, poder controlarlo. Y es que
el control social es, en última instancia, el objetivo último de la
psicología tradicional.
5) Preparación de las bases para la
construcción de una psicología social libertaria : si no podemos hablar
todavía de la existencia de una psicología libertaria, sí podemos ver ya
que los cambios que se están produciendo en nuestra disciplina después
de su larguísima y nunca acabada “crisis” conforman, en conjunto, lo que
podríamos considerar la base para construir una psicología social
anarquista. Digamos algo sobre ello :
Algunas reflexiones sobre la construcción de una psicología libertaria
Si
la psicología social tradicional no tiene mucho que aportar
directamente a la construcción de una psicología anarquista, como ya se
ha dicho, sí hay cosas en ella de utilidad para nuestro fin, aunque más
en la psicología crítica y en los psicólogos críticos, provengan estos
del marxismo, sean libertarios o provengan de otros campos. Existen
muchos elementos en la psicología crítica que pueden ser de gran ayuda
para la construcción de una psicología libertaria. Pretendo aquí hacer
algunas reflexiones sobre tales elementos con la intención explícita de
ir construyendo los pilares de esa psicología anarquista que, por
fuerza, tiene que ser social, crítica y emancipadora, además,
obviamente, de tener un interés explicito por la cooperación, la ayuda
mutua y la solidaridad y un posicionamiento claro contra la dominación.
Ahora
bien, si la psicología es una disciplina a la vez teórica, metodológica
y profesional, veamos la posibilidad de construir estos tres pilares
que sostengan a una psicología anarquista aún por hacer :
1)
Pilar teórico : la psicología social ha servido -y sigue sirviendo- al
mantenimiento del statu quo y, por consiguiente, a la defensa de los
intereses de los poderosos, y lo hace de diferentes formas, pero sobre
todo de estas cuatro, derivadas todas ellas del hecho de que sus teorías
y sus prácticas no sólo describen la realidad psicológica sino que
también la construyen : prescribiendo quiénes son psicológicamente
normales (que son precisamente los que mejor se adaptan a las exigencias
del capitalismo) y quiénes no lo son ; psicologizando los problemas
sociales, de manera que la culpa de tales problemas no será del sistema
sino de sus víctimas ; ayudando con todo ello a la producción de una
ideología legitimadora que consiga que los ciudadanos no vean la
injusticia y, si la ven, que crean que cada uno tiene lo que se merece ;
y, finalmente, y como un efecto de todo lo anterior, contribuyendo a la
construcción de un sujeto que esté al servicio del nuevo capitalismo,
es decir, del sujeto neoliberal (Laval y Dardot, 2013 ; Lazzarato, 2013 ;
Ovejero, 2014a, 2014b). La psicología, entonces, y por decirlo en
términos de Althusser, se ha convertido en un poderoso aparato
ideológico del Estado. De ahí que tal vez el primer cometido de una
psicología libertaria debería ser el de desenmascarar las formas en que
la psicología está sirviendo al sistema y, como dicen Richardson y
Fowers, 1997, p. 266) de la psicología crítica, una de sus principales
tareas debería ser la de “exponer las formas en que la moderna
psicología y los psicólogos -incluso si tienen buena intención-
contribuyen a mantener un statu quo social y cultural que es injusto,
frívolo e incluso, en cierta medida, perjudicial para el bienestar
humano”. En este sentido, escribe Ian Parker (2010, p. 12) que “sería
conveniente que las personas comprometidas con la transformación social
entendieran en qué consiste la psicología y cómo impedir que funcione
como un mero instrumento de control social”. Porque, no olvidemos, añade
Parker, que la importancia de la psicología no obedece a la verdad de
su conocimiento, sino al servicio que presta al poder, sobre todo a
causa de su intento de reducir la lucha política a lo que sucede dentro
de las mentes de las personas, dejando de lado la responsabilidad de una
sociedad injusta y, por tanto, eliminando la misma posibilidad de
luchar contra la injusticia : los problemas de las personas se
solucionan interviniendo dentro de esas mismas personas y no tocando
para nada, por consiguiente, las causas reales que los producen.
Por
tanto, si la psicología es persistentemente utilizada por el sistema
para sus objetivos de dominación, y si muchos psicólogos se convierten
en sus colaboradores directos, los que no coincidan con ello deberían
establecer los dispositivos que permitan a la psicología ponerse al
servicio de la resistencia a la dominación, desde la base de que “luchar
ya no es sólo oponerse y enfrentarse, es también crear aquí y ahora
unas prácticas distintas, capaces de transformar realidades, de forma
parcial pero radical, poniendo además todo el cuerpo en esas
transformaciones que también transforman profundamente a quienes se
implican en ellas... Unos modos de lucha que diluyan identidades, que
ayuden a politizar la existencia y, sobre todo, que alumbren nuevas
subjetividades radicalmente insumisas (Ibáñez, 2009, p. 62). Ese debería
ser otro cometido de toda psicología libertaria : deconstruir los
discursos de la psicología dominante, que son los del poder establecido,
para desenmascarar sus objetivos reales. En efecto, “las nuevas
condiciones sociales no modifican, tan sólo, los dispositivos de
dominación y las correspondientes prácticas de lucha, sino que producen,
también, modificaciones en el tejido simbólico y en la esfera cultural.
Por una parte, suscitan nuevos discursos legitimadores que son
necesarios para sostener los nuevos dispositivos de dominación, pero,
por otra parte, también suscitan nuevos análisis y nuevos discursos
antagonistas que enriquecen el pensamiento crítico. Es decir, una
modalidad de pensamiento que, en palabras de Foucault, pone en cuestión
todas las formas de la dominación” (Ibáñez, 2014, p. 53).
Y lo
primero que tendría que hacer una psicología libertaria, que en cierta
medida yo identifico con la psicología crítica y radical, es rebelarse
contra las verdades absolutas y universales que aún defiende la
disciplina y posicionarse contra la dominación (Ibáñez, 2005) y, por
tanto, también contra el positivismo. Pues “la existencia de Verdades
absolutas y Valores Universales confiere, a quienes están en su
posesión, el derecho e, incluso, la obligación moral de doblegar a
quienes se apartan de estas verdades y de estos valores” (Ibáñez, 2014,
p. 141). Por fuerza, pues, una psicología anarquista debería ser
socioconstruccionista y relativista (Ibáñez, 1994, 1996, 1997, 2011), en
línea con la nueva psicología social postmoderna (véase Ovejero, 1999),
que es la realmente útil y fértil para la construcción de una
psicología anarquista,
La psicología social tradicional se fue
construyendo en la Modernidad, para dar cuenta de los problemas
inherentes al industrialismo y a concentración poblacional en las urbes,
y se hizo predominantemente desde el poder para controlar a las masas,
por lo que surgió en Europa como una “psicología del comportamiento
colectivo” (Ovejero, 1997) y después, en Estados Unidos, como un
instrumento para gestionar lo social (Janz y van Drunen, 2005). Pero la
actual sociedad ha dejado de ser moderna para ser postmoderna y, por
consiguiente, toda psicología que quiera dar cuenta de los actuales
problemas sociales así como de la propia vida social del presente
debería cambiar drásticamente de rumbo, como ya lo están haciendo
algunas de sus corrientes (psicología crítica, psicología
socioconstruccionista, psicología feminista, etc.). Esta psicología es
la que resulta útil para la construcción de una psicología anarquista.
Y
de gran utilidad le sería también a la psicología libertaria
incorporar, desde una orientación eminentemente psicosociológica, gran
parte del conocimiento acumulado por los clásicos del anarquismo (Mijail
Bakunin, Piotr Kropotkin, Anselmo Lorenzo, etc.). Y es que, como señala
J.M. Fernández (2014), “necesariamente, encontramos un nuevo horizonte
para la psicología social, gracias a una vinculación de la crítica con
los valores libertarios, en la que se ocupa de la organización y mejora
de la sociedad, aportando una nueva forma de observar el mundo
cuestionando lo establecido. Como no puede ser de otro modo, se realiza
una crítica radical a la psicología propiamente dicha, por su
estandarización e institucionalización”. Tengamos presente que la
función ideológica esencial de la psicología social positivista consiste
precisamente en despolitizar la ciencia psicosociológica y presentarse
como un campo de conocimiento técnico, objetivo y neutral. “La
psicología social tendría como función contribuir, con sus formulaciones
teóricas y sus técnicas, al mantenimiento de esta situación de
dominación y no a la resolución de los problemas derivados de la misma”
(Torregrosa, 1985/1988, p. 656). Por ello, toda psicología que pretenda
ser crítica y emancipadora, y más aún si quiere ser libertaria, debería
ante todo desenmascarar los intereses que se esconden tras la falsa
objetividad y neutralidad de la psicología y mostrar el carácter
explícitamente político de la misma.
Pero el hecho de que la
psicología sea una disciplina intrínsecamente política, algo a la vez
evidente y poco aceptado por los psicólogos, es señalado por José Ramón
Torregrosa cuando escribe (1985/1988, pp. 655-656) que “los problemas
sociales susceptibles de intervención psicosociológica están inscritos
en procesos sociales más amplios atravesados de conflictos de intereses.
El poder es una variable ubicua en la realidad social. En cierto modo,
pueden verse los problemas sociales como una distribución desigual, real
o percibida, del poder. Estas consideraciones elementales confieren al
problema de la intervención una dimensión política e ideológica...
Conviene subrayar esto porque nada podría ser más ideológico que una
aproximación sólo psicológica a los problemas sociales. Este ha sido uno
de los mecanismos tradicionales de la sociedad burguesa para disolver
los problemas sociales, no para entenderlos ni solucionarlos. Inscribir
globalmente la psicología social en este proceso resultaría coherente
con las demandas de ciertos sectores dominantes de la sociedad. La
psicología social tendría como función contribuir, con sus formulaciones
teóricas y sus técnicas, al mantenimiento de esta situación de
dominación y no a la resolución de los problemas derivados de la misma”,
dándoles a los diferentes poderes del sistema una eficacia que no
alcanzarían sin la contribución de los psicólogos. Pues bien, una forma
de rectificar esta nefasta e interesada trayectoria de nuestra
disciplina sería precisamente incorporando los conocimientos anarquistas
y su orientación y contenidos eminentemente críticos y emancipadores.
La
psicología, sobre todo algunas de sus ramas como la psicología del
trabajo y de los recursos humanos, habla desde los presupuestos
ideológicos de la sociedad capitalista de mercado, tras haber
internalizado previamente tales presupuestos (individualismo,
competición, etc.). Pero otras ramas de la psicología tienen, también
ellas, efectos políticos evidentes, a veces más sutiles (señalando, por
ejemplo, los rasgos que componen la normalidad/anormalidad psicológica,
lo que va conformando un tipo de personalidad y hasta de sujeto
completamente acrítico y dócil al sistema). Por tanto, se hace necesario
un enfoque crítico que explique los problemas sociales centrándose en
las contradicciones de la propia sociedad, y no buscando sus causas
dentro de los individuos. Resulta imposible entender la conducta de las
personas y de los grupos sin tener en cuenta cómo se constituyeron a
través de esos procesos de poder, de dominación y, en fin, ideológicos.
Por ejemplo, resulta imposible entender la pasividad con que la
ciudadanía está aceptando el brutal cambio de modelo económico, laboral,
social y político que está imponiendo el nuevo capitalismo sin tener en
cuenta los procesos ideológicos, de poder y de dominación que han
construido el nuevo sujeto neoliberal. Pues bien, uno de los cometidos
de una psicología libertaria sería la de abrir “la posibilidad de
multiplicar y de identificar las luchas contra los dispositivos de
dominación, de poner más a menudo en jaque los ataques a la dignidad y a
las condiciones de vida de las personas, de subvertir las relaciones
sociales moldeadas por la lógica mercantilista, de arrancar espacios
para vivir de otro modo, de transformar nuestras subjetividades, de
disminuir las desigualdades sociales, y de ampliar el espacio abierto al
ejercicio de las prácticas de libertad” (Ibáñez, 2014, p. 6), es decir,
contribuir a la construcción de un sujeto diferente e incluso opuesto
al neoliberal, tan hegemónico hoy día.
Pues bien, entre los
múltiples contenidos con que deberíamos ir llenando una psicología
anarquista, habría que subrayar muy especialmente dos que están
estrechamente relacionados con la ideología libertaria : su
posicionamiento contra las verdades absolutas y, por tanto, contra la
dominación, lo que podría hacerse adoptando el construccionismo social
(véase Gergen y Gergen, 2011 ; Ibáñez, 1996 ; Nightingale y Cromby,
1999), y la defensa de la ayuda mutua solidaria, que, aunque de forma
muy parcial, se refleja en la investigación y la práctica del
aprendizaje cooperativo, y de forma mucho más completa en las
colectivizaciones libertarias en la España de los años 30 (véase
Ovejero, 2010b).
La realidad social es construida socialmente y,
por tanto, somos los humanos los que la construimos, de forma que, en
última instancia, somos nosotros los responsables de su “naturaleza”, de
manera que ni la sociedad ni los seres humanos tienen ya una naturaleza
fija, sino que depende de nosotros : podemos hacerla de una manera o
podemos hacerla de otra bien distinta. Y en ello los psicólogos somos
relevantes protagonistas. De ahí que yo esté de acuerdo con José María
Fernández (2014) cuando escribe que “el construccionismo social ha
favorecido esa tendencia, que ya podemos denominar psicología
anarquista, con la radicalización de la psicología social crítica en un
contexto posmoderno en el que se cuestionan los grandes discursos
ideológicos y se anula toda visión esencialista sobre la naturaleza
humana, algo que ha propiciado un proyecto normativo y autoritario
dentro de la psicología. Al ir pareja la represión social a la represión
psicológica, solo podemos congratularnos de esa asociación entre la
psicología y las ideas libertaria”. Sin embargo, para considerarse una
teoría libertaria, el construccionismo social debe incluir un contenido
inequívocamente solidario y emancipador. De lo contrario, podría
fácilmente funcionar como sostén ideológico del capitalismo neoliberal.
En
cuanto a la cooperación, debo comenzar diciendo que una de las bases
esenciales de la ideología anarquista es sin duda la idea de la ayuda
mutua, teniendo siempre presente también la solidaridad. De ahí la
importancia de tener en cuenta las ideas de Kropotkin, tanto en su
faceta de biólogo como sobre todo en su faceta de antropólogo. En ambos
casos demostró, frente a Darwin, la importancia de la cooperación en la
evolución humana. Fue precisamente nuestra capacidad de cooperar lo que
nos permitió, como especie, subsistir en la selva y desarrollarnos. Y
por mucho que hayan hecho, primero el estado y luego el capitalismo, por
eliminar esa capacidad, seguimos siendo una especie eminentemente
cooperativa. Y si tuvo más éxito Darwin que Kropotkin, ello se debió,
entre otras cosas, a que el inglés ponía el acento en la competición,
que era justamente lo que más interesaba al capitalismo inglés de 1859
(Ovejero, 2009), habiendo constituido El origen de las especies, sin
quererlo su autor, una de las bases intelectuales fundamentales del
afianzamiento del capitalismo, avance que está alcanzando unos niveles
realmente obscenos en el actual neoliberalismo (véase Ovejero, 2014a).
De ahí que hoy día, cuando el capitalismo salvaje es hegemónico, más
urgente se va viendo la necesidad de recuperar a Kropotkin y adoptar la
cooperación y la ayuda mutua como la única forma de evitar el cataclismo
que todos los datos van anunciando que, de no cambiar las cosas, podrá
darse no tardando mucho.
Aunque no son suficientemente conocidos
los estudios biológicos de Piotr Kropotkin, sin embargo cada día
demuestran ser más actuales, de forma que se adelantó en un siglo a
autores como Tomasello (2007), e incluso al mismo Edward O. Wilson
(2012) para quien la capacidad de cooperación es la base más esencial de
la especie humana, la que nos ha permitido la supervivencia entre las
demás especies animales, muchas de ellas más fuertes, más veloces y más
fieras que nosotros. Pues bien, en todos esos artículos que Kropotkin
publicó entre 1910 y 1920, muchos de ellos disponibles en castellano en
Kropotkin (2009), el biólogo ruso intentó demostrar la influencia del
ambiente en la “naturaleza” humana. Con ello contradecía, y a la vez
completaba, a Darwin, facilitando, además, la construcción de una
sociedad libertaria al demostrar que tanto las plantas como los animales
y los humanos varían cuando se los sitúa bajo condiciones nuevas. Si
cambiamos esas condiciones, cambiamos también la “naturaleza” de los
humanos.
En definitiva, frente a la cada vez más agresiva
intervención del capitalismo por fomentar la competición y reducir la
cooperación, se hace más necesaria la intervención desde la escuela –y
no sólo desde ella- para fomentar la cooperación y la ayuda mutua,
siendo una vía muy esperanzadora para conseguirlo la implementación en
el aula del aprendizaje cooperativo (Aronson, 1978 ; Johnson y Johnson,
2003 ; Johnson y Johnson, 1990 ; Ovejero, 1990 ; Ovejero, 2012).
2)
Método : la construcción de una psicología anarquista se ve favorecida
por el cambio de paradigma efectuado en la ciencia a lo largo del siglo
XX, ya pergeñado en la física cuando científicos como Planck, Einstein y
Heisenberg mostraron que tras un aparente orden lo que hay en la
materia es caos y que, por tanto, es imposible la objetividad. El orden
lo ponen la mirada, las teorías, los métodos de estudio de los físicos
así como sus instrumentos para investigar. Mientras que para la física
clásica el observador no era más que un reflejo pasivo de los datos de
los sentidos y la observación era independiente de la teoría y, por
tanto, objetiva, para la física cuántica la observación pura no existe,
pues nunca es ajena a toda teoría. Lo específico de la teoría cuántica
consiste justamente en rechazar el supuesto de la física clásica de que
los objetos físicos y sus cualidades primarias existen con independencia
de que se les observe. El propio Einstein le dijo a Heisenberg que era
imposible incluir tan sólo magnitudes observables en una teoría : “Es la
teoría la que decide lo que se puede observar”. Más en concreto, ya en
1929, hace nada menos que más de 85 años, Niels Bohr (1988, p. 153)
escribía : “Ha sido el descubrimiento del cuanto de acción el que nos ha
enseñado que la Física clásica tiene un rango de validez limitado,
enfrentándonos, a la vez, a una situación sin precedentes en la Física
al plantear bajo una nueva forma el viejo problema filosófico de la
existencia de los fenómenos con independencia de nuestras observaciones…
Toda observación entraña una interferencia de tal índole en el curso de
los fenómenos que deja sin sentido al modo causal de descripción”. Y
unos años después, el propio Heisenberg (1957, pp. 33 y 43) iba en la
misma dirección : “La teoría de los cuantos obliga a formular toda ley
precisamente como una ley estadística y, por ende, a abandonar ya en
principio el determinismo… La ciencia natural no es ya un espectador
situado ante la Naturaleza, antes se reconoce a sí misma como parte de
la interacción de hombres y Naturaleza”.
Pero lo curioso y
sorprendente es que la psicología adoptó la epistemología y la
metodología positivistas de la física precisamente cuando la física ya
estaba de vuelta del positivismo y le estaba poniendo en cuestión,
cuando el principio de indeterminación o incertidumbre de Heisenberg, la
física quántica de Bohr y la teoría de la relatividad de Einstein
estaban llevando a los físicos a cambiar radicalmente de paradigma.
Aplicar todo ello a la psicología facilitaría la construcción de una
psicología libertaria que, por definición, no podría admitir ninguna
verdad absoluta ni ninguna seguridad total. La única verdad existente
es, como diría Foucault, la que construimos nosotros mismos. Lo malo es
que luego nos olvidamos pronto de que la hemos construido nosotros y se
la atribuimos a Dios o a la Ciencia o la Razón con un principal objetivo
: imponer nuestra verdad a los demás. Esta es una de las cosas contra
las que más debería luchar una psicología realmente libertaria :
desenmascarar la falsa objetividad que se esconde en las ciencias
sociales en general y en la psicología en particular. Pero todo esto no
es nuevo : ya el físico atómico Robert Oppenheimer dijo en una alocución
a los psicólogos de la APA, en 1956 : "El peor de todos los errores
posibles que la psicología pudiera cometer sería dejarse influenciar y
modelarse al estilo de una física que ya no existe, que está
completamente trasnochada". Y, sin embargo, es lo que hicieron los
psicólogos a partir de entonces, a pesar de la advertencia de
Oppenheimer.
Pero detrás de todo esto está el modelo de ser
humano que defendemos, y el anarquismo ha defendido siempre, como no
podía ser de otra manera, un ser humano libre, sin determinismos de
ningún tipo : en las cuestiones referentes a los seres humanos nada está
tallado en piedra y todo es modificable. Y la epistemología positivista
no tiene capacidad para captar a ese ser humano cambiante ni siquiera a
entenderle. Porque no olvidemos quesiempre debe ser el objeto el que
determine el método a utilizary nunca al revés.
3) La práctica
profesional : la psicología es a la vez un producto del sistema
capitalista y de su fuerte individualismo y un instrumento de defensa y
mantenimiento de ese sistema. El individualismo de la psicología está
contribuyendo al mantenimiento tanto del control social como del propio
orden social dominante, lo que no es ajeno a su adopción de la
epistemología positivista : al considerarse a sí misma una ciencia
neutra y objetiva, la psicología dice describir la realidad psicológica y
social tal como es, cuando lo que realmente está haciendo es construir
una realidad psicológica que interesa al sistema y a los poderosos. No
olvidemos, como ya he dicho, que la función ideológica esencial de la
psicología positivista ha consistido precisamente en despolitizar sus
prácticas y presentarse como un campo del conocimiento objetivo y
neutral, meramente técnico.
Por otra parte, si la psicología es
útil para construir la realidad social, no es de extrañar que sea
utilizada por quienes detentan el poder para ponerla a su servicio. Por
tanto, pienso que una de las tareas más urgentes de los psicólogos
críticos debería ser la de desenmascarar los intereses que se esconden
tras muchas de nuestras prácticas profesionales, pues no olvidemos que
lo primero que hacen las organizaciones de todo tipo es echar una tupida
cortina de humo para ocultar su verdadero funcionamiento. Así, bajo la
etiqueta de “ayuda a los demás” y de “mejora de la calidad de vida” a
menudo se esconden otros intereses, entre los que están los personales
de los propios psicólogos y los de quienes les pagan. La psicología
profesional, como no hace mucho escribía Parker (2010, p. 32), “se
organizó en torno a cuestiones más prácticas, entendiendo su practicidad
desde el punto de vista de los que deseaban garantizar que los
individuos trabajaran de manera eficiente y, de este modo, reportaran
beneficios a sus patronos”.
Más en concreto, fue a nivel práctico
como se fue desarrollando la psicología tal como la conocemos ahora, y
lo hizo principalmente como instrumento de gestión social y, por
consiguiente, como instrumento de control social, alcanzando tal
desarrollo y protagonismo que se fue convirtiendo en un dispositivo
esencial para la construcción del sujeto moderno (Crespo y Soldevilla,
2001). No olvidemos que una de las principales características del
recién terminado siglo XX ha sido precisamente la progresiva
“psicologización” de la vida, lo que le dio a la psicología un gran
poder en especial a la hora de psicologizar los problemas sociales.
Ahora bien, el papel que los psicólogos han desempeñado y siguen
desempeñando en la sociedad es complejo. En efecto, aunque muchos
psicólogos se han posicionado contra el poder, como hizo Michel Foucault
que además de filósofo era también psicólogo (véase Pastor y Ovejero,
2007), y como hicieron las psicólogas feministas o la asociación
estadounidense de psicólogos negros, sin embargo la mayoría de los
psicólogos, fueran o no conscientes de ello, se pusieron a su servicio, a
menudo sin saberlo, como consecuencia principalmente de su profundo
individualismo y de su fuerte positivismo. Como escriben Prilleltensky y
Fox (1997, p. 12), “una filosofía individualista, que explique los
problemas como puramente individuales, lleva a la búsqueda de soluciones
también puramente individuales. Ello puede ayudar a algunas personas.
Pero a otras muchas las deja en una perpetua petición de ayuda, dado que
si los problemas son inherentemente sociales, la búsqueda de soluciones
individuales al final falla. Y no deberíamos sorprendernos de que la
insistencia en las soluciones individuales la mayor parte de las veces
afecta injustamente a los segmentos de la población históricamente
definidos como inferiores. Animar a las mujeres, a las personas de
color, a los pobres y a los trabajadores a definir sus problemas como
individuales garantiza que intentarán cambiarse a sí mismos más que
cambiar la sociedad. El resultado es una reducción en los esfuerzos por
cambiar el statu quo, lo que beneficia a los privilegiados”. Sin
embargo, y en contra de lo que cree Parker (2010), sostengo que si la
psicología, sus conocimientos y sus aplicaciones, ayudan al poder a
ejercer su dominio sobre la ciudadanía, también pueden ayudar a la gente
a resistir al poder, es decir, también pueden ser de ayuda a las
personas para controlar sus propias vidas, resistiéndose a las presiones
que sobre ellas se ejercen desde diferentes instancias de poder
(político, económico, etc.). Pero para ello necesitamos otra psicología
que no sea ni individualista ni positivista, una psicología que no se
base en los valores capitalistas de egoísmo y competitividad sino en
valores de colectivismo, ayuda mutua y solidaridad. De hecho, como
sostienen Sapsford y Dallos (1998, p. 200), el capitalismo florece allí
donde la gente valora sobre todo lo individual, la competitividad, la
auto-suficiencia y la autodisciplina. Por tanto, en la medida en que la
psicología social sea individualista estará apoyando al capitalismo, lo
quieran o no los psicólogos que mantienen tales posturas, y
contribuyendo a reproducir sus valores esenciales. En cambio, en la
medida en la psicología se ocupe más de las relaciones sociales y de la
acción humana cooperativa estará contribuyendo a socavar los valores
capitalistas. Por ello, la implementación escolar del aprendizaje
cooperativo resulta ser algo profundamente subversivo.
En suma,
podemos decir que la psicología profesional, ya desde sus orígenes, se
puso al servicio del capitalismo, bien de una forma directa, como hizo
la psicología del trabajo, o bien de una forma indirecta, como hizo la
psicología escolar (entrenar a los niños en aquellas habilidades,
actitudes y conductas necesarias para hacer de ellos trabajadores
eficaces y ciudadanos dóciles) o la psicología clínica (cuya finalidad
era la de mitigar los destrozos psicológicos que iba produciendo la
industrialización y el propio capitalismo). Por consiguiente, como
muestra Foucault a lo largo de toda su obra, la intervención
psicológica, aunque parece ser de mera ayuda, realmente constituye una
nueva forma de dominación sociopolítica, de manera que se ha convertido
en una profesión de control social. Por ejemplo, cuando los psicólogos
dicen que “la capacidad para retardar los refuerzos” es un rasgo
deseable, están fortaleciendo en la ciudadanía la conducta de ahorro que
tan necesaria le es al capitalismo y en especial al sector bancario. Y
es que la psicología no sólo describe la realidad, sino que también la
construye. Por ejemplo, crea normas, cuando señala cuál es la conducta
correcta, con lo que construye la normalidad y, por tanto, construye
también la anormalidad, es decir, las categorías de personas no
normales, entre ellas el niño escolarmente torpe, el desempleado, el
delincuente, el inadaptado o el loco. En consecuencia, los servicios
sociales serían el instrumento que la sociedad moderna y democrática
utiliza para solucionar los problemas que ella misma ha creado, pero
apuntándose el tanto de ser ella la que los soluciona, a la vez que
oculta su responsabilidad en la producción de tales problemas. Como se
ve, la psicología constituye un potentísimo instrumento de poder y de
control social. Como defiende Foucault (1975), el poder no solo amenaza,
castiga y reprime, sino que también crea, premia y construye
subjetividades a su imagen de forma que se reduzca toda posibilidad de
resistencia. Y en la construcción de esa subjetividad es crucial la
psicología y su práctica profesional, como está ocurriendo en la
construcción del actual sujeto neoliberal que, al menos a mi juicio, es
el pilar esencial que está sosteniendo el éxito del nuevo capitalismo
neoliberal y su actual hegemonía (véase Laval y Dardot, 2013 ;
Lazzarato, 2013 ; Ovejero, 2014c).
Conclusión
Hoy
día es más necesaria que nunca una psicología social crítica y
emancipadora, sobre todo porque si la psicología estuvo siempre al
servicio del capitalismo (Sampson, 1977, 1981), hoy día lo está aún más :
psicologizando los problemas sociales, y haciendo por tanto que los
problemas que están teniendo millones de personas a causa de las
injustas políticas neoliberales sean vistos como meros problemas
personales de los individuos afectados, la psicología está prestando un
servicio realmente inestimable al nuevo capitalismo global, consiguiendo
que la gente se convenza de que los desempleados no tienen trabajo
porque no son capaces de adaptarse a las exigencias de la globalización,
de que los delincuentes lo son porque tienen problemas personales, casi
siempre relacionados con sus genes, o de que quienes fracasan en la
escuela se debe esencialmente a su bajo CI y a su falta de esfuerzo.
En
suma, si la psicología es persistentemente utilizada por el sistema
para sus objetivos de dominación, y si muchos psicólogos se convierten
en colaboradores directos de esos objetivos, quienes no coincidamos con
ello deberíamos ser capaces de establecer los dispositivos que permitan a
la psicología ponerse al servicio de la resistencia a la dominación.
Esa debería ser, a mi juicio, la principal función de una psicología
libertaria, que por fuerza debería ser social, crítica, radical,
socioconstruccionista y emancipadora.
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[Tomado de http://lodel.irevues.inist.fr/cahierspsychologiepolitique/index.php?id=3203.]Psicología
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