Esa historia no inicia en el momento y lugar en que empezaré a contarla. En realidad, las historias no tienen inicio, ya sea porque no lo conocemos o porque decidimos no relatarlo, cada vez que contamos una historia cometemos el arbitrario corte de esos sucesos previos. En fin, voy a empezar. La historia no empezó cuando sus miradas se cruzaron el 8 de mayo, pero en ese momento en que se vieron llenes de emoción. Esa emoción que no era romance, era la emoción patria de haber logrado la renuncia de la vicepresidenta; no había lluvia que evocara los romances del cine y la televisión, ni música romántica de fondo. En cambio, en sus oídos (más bien en la memoria) quedaba el eco de las consignas: "¡sigue Otto Pérez!" y la más pegajosa "Si nos organizamos renuncian todos", conocida por un comercial de pizza que decía "comemos todos", pero originaria de las porras argentinas que dicen "cogemos todos".
Pero, para contar la historia, volveré al momento en que se cruzaron sus miradas...
Se cruzaron por accidente, se cruzaron con intención, se cruzaron y se atravesaron. Entre la euforia y ese sentimiento de revolución que les venía invadiendo desde hacía semanas pero que ese día había explotado y en explosión colorida les conectó. Abrazar a une extrañe es posible en estas situaciones y no ese abrazo de funeral en 8o grado, ¡uno de verdad! En este abrazo no habían términos ni condiciones, así son algunos abrazos y algunos besos. Besos que entregan la vida, vida que desconocían ¡eran extrañes! En ese instante ya no lo fueron. Pero los ojos se abren y también se abren la consciencias. Menos mal las vuvuzelas suenan tan fuerte que oír lo que se piensa se vuelve imposible aun así se piense a gritos y hubo más gritos que no se oyeron. Cuatro pancartas atrás ella gritaba, desgarrándose la garganta les gritaba "¡Corruptos a la mierda!". Él en cambio había elegido una más "cursi", su consigna a gritos -con letras -grandes decía: "¡Salí a buscarte patria y te encontré en Revolución!". Qué difícil saber cuál era la revolución en aquel momento, si era el abrazo revolucionario, la conciencia revolucionaria o simplemente el momento en que la palabra se acercaba como anhelo, la palabra revolución.
El abrazo duró todo el tiempo: de la mirada a la conciencia habían vivido dos o tres veces la eternidad. Y al volver, volvieron a mirarse
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