Por: María Alejandra Muralles Marín
Hubo una época en la que
Guatemala se puso de pie, una época en la que se dejaron de lado los intereses
de la burguesía, en la que las mejoras en el área rural fueron más que
promesas. Como un preso puesto el libertad, que tras pasar años en la penumbra,
atado de pies y manos, sale de su encierro; respira el aire cuyo sabor hacía ya
tanto tiempo habían olvidado sus pulmones y temeroso contempla la inmensidad
ante sus ojos, que poco a poco se acostumbran a la luz. Guatemala, que estuvo
presa, engrilletada por una dictadura militar, saboreó la libertad, un glorioso
20 de octubre de 1944, la tan conocida “Revolución de octubre” fue un grito que
puso un alto a los 14 años de prisión.
Tras la renuncia del Señor presidente, General dictador y déspota Jorge
Ubico Castañeda, que, cabe recalcar, no fue a solicitud expresa del campesinado
si no de “un grupo de prominentes profesionales y comerciantes capitalinos"(1). Un proceso de cambios sociales se produjo. Estalló pues una bomba
encendida hacía siglos.
Tras el grandioso gobierno
de Juan José Arévalo en el que la educación como máxima riqueza intelectual se
priorizó y se le dieron al pueblo herramientas para que el justo trato laboral
encausara su camino, hubo un segundo y tristemente último gobierno de la
Revolución. El terreno preparado por Arévalo dio pie a un gobierno con una
beligerante propuesta que pretendía salir del modelo económico colonial basado
en el monopolio, la explotación y la simple y llana injusticia. Llegó entonces
al poder un colega del infame dictador Jorge Ubico. Colega de profesión, más no
de práctica y menos de ideología: el Capitán Jacobo Árbenz Guzmán.
En el gobierno de Árbenz, durante
el que la actividad sindical siguió su empoderamiento a pesar de su
inestabilidad, el mensaje fue muy claro. Guatemala no pertenecía ese 2.2% de la
población poseyente del 70% de las tierras, pertenecía al 76% que se dividía el
10% de tierras y especialmente a ese 57% carente de propiedades que con su
trabajo en tierras ajenas mantenía la economía del país y que no por ello
poseía condiciones de vida dignas. Era solo justo reorganizar el orden social
cuasi feudal en el que el país se encontraba. A través de una serie de cambios
que iniciaron en el Gobierno anterior, tuvo lugar el decreto 900: la reforma
agraria. Cuya pretensión era una equitativa repartición de propiedad que beneficiaría especialmente a la población
indígena que a través de la historia, desde la conquista, ya fuera por
Encomiendas, servidumbre por deudas o la Ley de la Vagancia, había sido
explotada sin la más mínima consideración.
Como en todo cambio que
beneficia a las mayorías empobrecidas, hubo una agresiva y bien patrocinada
resistencia. Esta vez por parte de terratenientes cuyo monopolio alimentado por
la barata mano de obra indígena y excedentes por esta generados estaba siendo
amenazado. La AGA, la UFCO y la IRCA acudieron al máximo representante del
imperialismo y a través de una serie de
operativos llevados a cabo por la enigmática CIA en confabulación (más bien en
una relación titiritero-títere) con el General Castillo Armas, aduciendo una
alianza comunista, dieron a la entonces democrática Guatemala un golpe de
estado que culminaría con la renuncia del Presidente Árbenz así su humillación
y exilio. Esperando a cambio el agradecimiento del continente por salvarlo del
comunismo y la, según ellos, nociva perspectiva Marxista del Gobierno electo.Volvieron
entonces los grilletes y cadenas que en forma de discriminación, desigualdad,
hambre, despotismo y otros males a sujetar al país.
Conocer, como mínimo, la
historia tras el asueto del 20 de octubre no es una competencia alcanzada por
la mayoría de jóvenes guatemaltecos. Las consecuencias del fin de los 10 años
progresistas en Guatemala se ven reflejadas en cómo las élites se han empeñado
en enterrar esta pieza crucial del inconcluso rompecabezas de la historia
nacional. El sistema educativo, lejos de los sueños de Arévalo hace hincapié en
fábulas sobre la invasión, mal llamada descubrimiento, español de América,
endiosa a figuras carentes de significado para el pueblo y se ensaña en la
memorización de fechas en las que se conmemoran eventos determinantes, en su
mayoría, para las altas clases sociales.
Jacobo Árbenz, en su lucha
por sus ideales incluyentes y democráticos dejó de representarse a sí mismo,
pasando así a representar y ser figura de un movimiento. Se convirtió imagen de esperanza para su nación. No sólo
en el momento en que vivió. Es decir, si bien en la década de los 40´s fue él
el excelso representante de las silenciadas luchas y anhelos del pueblo en su
calidad de Presidente de la República y líder revolucionario, es hoy figura que
representa la posibilidad, aunque mínima, latente, de un cambio; la posibilidad
de modificar el opresor sistema, el
saber que si la lucha es justa, la vida misma no es suficiente. La imagen de un
caudillo liberador que se atrevió a anteponer el bienestar social frente a los
intereses oligárquicos le ha dado un carácter de héroe nacional. Las verdaderas
figuras patrias son las figuras de la revolución; aquellos cuyos aportes
tuvieron un significado representativo y
beneficioso para los guatemaltecos.
Como ha sido mencionado
anteriormente, es labor de la escuela guiar a los jóvenes a la reflexión
histórica revolucionaria en sus exponentes clave, es labor del estado reconocer
dignamente a quienes guiaron, aunque fuera por un corto tiempo, al país al
desarrollo y progreso, pero es deber propio y cívica obligación concientizarse
sobre el valor de dichos guías, pues reconocer el valor de quien valora al
pueblo es reconocer en sí el propio valor. Una vez reconocido el propio valor y con la
imagen liberadora que Árbenz representa es posible para los jóvenes
guatemaltecos tomar en sus manos el control de su país.
Más allá de un afán de
glorificar a Jacobo Árbenz Guzmán, el
reconocimiento de sus logros es una forma de agradecimiento. La juventud, que
hoy sufre de tantos males. Que carece en general de un sentido de dirección y
un vacío en los roles de liderazgo colectivo, en la medida que se ha
concientizado sobre su propio devenir como método para controlar su porvenir,
ha encontrado en la figura del segundo presidente del periodo democrático un
ídolo forjado con trabajo, justicia, decisión, imparcialidad e integridad.
Tras el derrocamiento de
Árbenz, no ha habido Gobierno alguno cuya motivación para ocupar cargos
estatales haya sido genuinamente fomentar el progreso del país. La juventud no
conoce un verdadero Gobierno democrático, no conoce cómo se vive el estado de
derecho. Especialmente los jóvenes en el área rural no conocen un Gobierno al
que realmente le importen y les perciba
como algo más allá de la mano de obra que produce ganancias. La figura de Árbenz no solo se reconoce en
sus aportes y asenso, se reconoce también en su caída o más bien en el empujón
recibido. El que un idealista y su búsqueda de justicia representen una “amenaza”
para el capitalismo da un sentido de empoderamiento a la juventud, el
convencerse de que la voz del pueblo suena aún para quien no quiere escucharla
y no suena por sus gritos, si no por su constancia. El saberse capaz de
provocar un cambio a nivel comunitario es lo mínimo que esta figura inspira,
saberse herederos de la fuerza interior e ímpetu libertador característicos de
Árbenz da a la juventud una cucharada de azúcar en medio de la amargura
infundida por el diario vivir de las secuelas de la represión que se vivió de
forma explícita entre el fin del período revolucionario y la firma de los
acuerdos de paz. Represión de forma explícita, término que da lugar al
entendimiento de que no ha cesado la represión y mucho menos la violencia,
solamente ha ido evolucionando junto y a veces más velozmente que la sociedad.
Se ha relegado el papel de
la juventud, se le han negado
privilegios, se le ha condenado a una silenciosa espera por una edad “madura”
para apelar a su derecho a una opinión. Pero lo que no puede ser denegado es el
derecho a conocer, más que su historia, su verdad y en base a ella discernir
quien merece ser considerado un líder clave en el desarrollo de la sociedad. La
juventud está despertando, está buscando regresar a esos ideales liberadores,
que tanto en su momento como, increíblemente, hoy han sido satanizados y
tildados de comunistas; tal como si el ello fuera el sinónimo del apocalipsis.
Ese despertar va acompañado por una figura, una figura cuyo significado, sin
afán de redundar pero sí de recalcar, se reitera: es ser la imagen de la
posibilidad de un cambio; la figura representativa de la unión del pueblo en
busca de justicia y equidad. De una revolución guiada por la búsqueda del
beneficio de quienes han sido oprimidos, ignorados y despreciados. Es Jacobo Árbenz Guzmán significado de
esperanza por la Guatemala libre que tanto se merece la juventud.
Citas
(1) Handy,
Jim. Revolución en el área rural.
2013. Primera Edición. Guatemala.
Editorial Universitaria. P. 28
Referencias
Handy, Jim. Revolución
en el área rural. Primera Edición. Guatemala. Editorial Universitaria. 2013
Casaús Arzú, Marta Elena. Guatemala: linaje y racismo.
Tercera edición. Guatemala, F&G Editores. 2007
Zachrinsson Girón, Mauricio. El feudalismo de la United Fruit Company. [En línea ]http://www.eleutheria.ufm.edu/ArticulosPDF/070918_Feudalismo_de_%20la_United_Fruit_Company.pdf.
20/10/2013
Schlesinger, S. Fruta
amarga la CIA en Guatemala. 4ª Edición. México, Siglo Veintiuno Editores.
1987
García Ferreira, R. La CIA y el caso Arbenz. Primera
Edición. Guatemala, Centro de Estudios Urbanos y Regionales. 2009
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