Clara
salía a diario a buscar una bombilla para iluminar su cuarto. Llevaba ya meses
en la búsqueda y ninguna quedaba bien; algunas eran opacas, otras brillaban
demasiado, y otras parecían funcionar pero se quemaban en segundos. Clara
empezó a preocuparse, no podía seguir gastando tanto tiempo y dinero en
conseguir la bombilla, así que inicio a conversar con sus amigos y amigas,
haciendo preguntas sobre lugares, marcas y condiciones para encontrar esa
bombilla. Incluso pidió prestadas algunas para intentar, pero ninguna
funcionaba.
Esa mañana, Clara estaba muy cansada, la
fatiga le mitigo el ritmo y las piernas le empezaban a doler; ya no sabía a
dónde ir a buscar. Mientras cruzaba la calle se repetía: “Me
duele ahí, en lo no nombrado”. Camino
diez pasos y el pensamiento le abandono la cabeza. Continúo con el camino de
siempre, a una velocidad bastante moderada, porque a cada paso le dolía más
caminar.
Llego a su casa, entro a su
cuarto; parecía más oscuro que antes. Tomo aire y fue a la cocina por unas
velas. Las encendió, y algo en el techo le llamo la atención; era un alambre
que no había visto antes, lo siguió con la vista y la llevo hasta una palanca.
Se veía muy oxidada, llena de polvo y telaraña, como sin uso. Por curiosidad
subió la palanca, se dirigió inmediatamente al interruptor y la bombilla se
encendió iluminando cada parte del cuarto; incluso esa esquina empolvada. Y vio
a la par de la palanca una pinta: ¡Somos vida!
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