Cuando
era pequeña, y me dolían los huesos, mi mamá me decía que era porque iba a
crecer. Generalmente el dolor ocurría en las piernas, a veces, era muy intenso,
debía recostarme porque sentía no poder caminar, y, lloraba mucho.
El
dolor, en realidad ocurre en los músculos -los huesos, antes de serlo, son
placas cartilaginosas que en la medida que se van mineralizando se van
transformando en eso, huesos. Aún sabiéndolo, me sigue haciendo sentido que
fueran los huesos, porque dolía demasiado. Los llamados dolores de crecimiento ocurren
con normalidad en la infancia, sin embargo, conforme la vida ha ido
transcurriendo, me he encontrado con otros dolores que bien sé, no son ni los
músculos ni los huesos, pero también me han hecho llorar y sentir que no puedo caminar.
Cuando
niña el dolor se aliviaba con caricias, masajes y palabras de mi mamá diciendo
que ya iba a pasar y que estaba creciendo; si el dolor era muy fuerte, me daba medicamentos.
Ahora, siendo adulta, encuentro alivio en los momentos conmigo, en pensarme y
reconocerme a través de lo que escribo, lo que digo y lo que pinto, sin
embargo, en esos momentos de dolor intenso necesito una mano, un hombro, una
sonrisa, un abrazo; los medicamentos se traducen a las relaciones en las que me
tejo.
Y
así, se encuentran las amigas y amigos cercanes dispuestes a hablar de
cualquier cosa o de los problemas, a recibirme en su casa, a gritar conmigo, y
por supuesto, a abrazar. Como esa amiga a la que llamo cuando siento no poder,
llega por mí, me lleva a su casa, me deja dormir en su cama y antes de dormir
me abraza diciendo que todo irá bien; me toma de la mano pasándome de sus
fuerzas mientras yo recargo las mías. O ese amigo, que responde los mensajes a
toda hora, que me abraza mientras lloro sobre su hombro porque sabe, siento desmoronarme,
y mientras lo hace, acaricia mi espalda diciendo “el dolor pasa”. Y mi mamá claro, que continua dándome de sus
abrazos, diciéndome que estoy creciendo.
Por
eso, a quién me diga que crecemos “solos” o exclusivamente de forma individual,
le diré que no es cierto. Aún quien se encuentre llorando en la soledad de su
cuarto, tiene consigo a las personas con las que ha compartido su vida;
palabras, frases, momentos, que guarda y que a la vez le hacen ser. Crecer
guarda en sí una dialéctica entre la persona y sus redes; cada persona va
tomando sus decisiones, elige acercarse, alejarse, avanzar o parar, pero
siempre estará rodeada de otras personas que van decidiendo al lado, no en
dependencia, pero si simultaneidad y a veces, en sintonía.
También
se decide que guardar, es selectivo, tiene relación con la intensidad afectiva,
que a la vez se relaciona con la cercanía e identificación. Hablar de identidad, cercanía y redes, es
hablar de comunidad, de allí que el
crecer individual se ajuste tan bien en los pensares pues la individualidad es
una idea que nos ha vendido el capitalismo, y a su vez la soledad, que
evidentemente es una mentira. Reconocer que crecemos con otres, es reconocer
que se pueden construir relaciones y alianzas, que mueven muchos más que lo
individual.
Regresando
a mis recuerdos, mi mamá también hablaba de los estirones, esos en los que de
pronto creciste tanto que es obvio. En los últimos días, el dolor ha sido tan
fuerte que seguro estoy creciendo mucho, y pronto veré el estirón. Mientras tanto,
recurro a mis medicinas, esas personas que me abrazan diciendo que el dolor ya
pasará. Sé también que nadie estará para siempre, pero ese es el sentido de
construir, dejar ir lo que ya no está en sintonía y conservar lo sí que está, cuidarlo y
disfrutarlo mientras este. Y saber que hay estares muy largos.
Y
claro que crecer lleva consigo dolor, pero no lo es todo, hay amor… amor de
crecimiento.
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