Si nuestros cuerpos
no se tocan, no se acercan, no se mueven y no se rozan, se olvidan…
se quedarían estáticos. Los poros servirían como guía de la ruta
que las grietas se abrirían paso y con cada vez que una grieta
avanzase, menos nos daríamos cuenta que existe.
Tanto nos
olvidaríamos que lo tenemos, que ni nos veríamos a los ojos y
estos, se secarían con el paso del tiempo de tan severa forma, que
ni lágrimas saldrían de nuestros ojos al sentir el crujido del
párpado cansado de no ser encargado de tomar buenos momentos.
Y es que no es poco
el sufrimiento casi imperceptible de la quietud y de la rigidez, que
hasta a nuestros labios se les olvidaría besar, gritar y ser
lamidos.
Sería el final del
ser sin dejar de ser visto, solo que ya no notado.
Y tan fuertes serían
las consecuencias de dejarnos de mover y de lubricar cada vértebra y
articulación, que se nos olvidaría que siempre han habido personas
que se tocan, se besan, se abrazan, se sienten, se comparten, se
disfrutan y sobre todo, se nos olvidaría que la gente se mueve
porque lucha.
Eso sobre todo.
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