Francisco había tenido muy buenos
trabajos, en general le habían buscado para ofrecerle empleo y le había ido
bien. Pensaba que esta crisis pasaría
pronto. No era una crisis económica,
pues Francisco fue muy buen administrador, prudente en sus gastos y pensó
siempre en aquello de “el que guarda siempre tiene”. La crisis era más bien por el tiempo
perdido. Ahora que tenía “vacaciones
obligadas” se aburría bastante y consideraba que su talento se desperdiciaba,
por eso, sobre todo por sentirse dejado de lado, buscaba empleo. Aquella semana empezó a buscar en los
clasificados, pues hasta entonces su búsqueda consistía en enviar su CV a
cuanta persona conocía (y no eran pocas) que pudiera ayudarle a encontrar un
empleo. “Aunque sea mal pagado” empezó a
poner en los correos electrónicos el último mes.
La búsqueda en clasificados parecía
una medida desesperada, pero Francisco encontró en ella una forma de
entretenerse. Le dio por leer todos los
clasificados, incluso los de alquileres y los de colegios. Esa tarea dio su fruto. Encontró un anuncio de una institución para
la cual había trabajado, fueron dos meses, pero había trabajado ahí. Leyó con atención y envió su CV acompañado de
todos los requisitos que le pedían en aquel breve anuncio: Carné de NIT,
constancia de colegiado activo, antecedentes penales y policíacos,
digitalización del título (por ambos lados) y sobre todo su propuesta de
investigación.
Sólo después, al llega al trabajo de
campo Francisco valoró en su justa dimensión la importancia que el tema de
investigación tenía para el país. En las
“tres páginas (máximo)” que el anuncio le autorizaba a escribir para exponer un
“Plan de Investigación” no lograba hacer planteamientos profundos, sino apenas
plasmar las ideas más generales que tenía sobre las “Oportunidades y Retos para
Educar sobre la Importancia de no Verter Aguas Negras al Río Jacintío, en la
comunidad Altísimo Belén”. Francisco
imaginó muchísimas formas de educar,
pensó en las oportunidades que él veía y también en los retos que con
facilidad identificaba. Pero el anuncio
era claro: “Investigación Participativa”.
De eso, no sabía mucho, pero sabía dónde encontrar información, más
bien: a quién preguntarle.
Francisco escuchó de su asesor
metodológico, Hernán, quien era amigo suyo desde los años en que empezó a
estudiar en la universidad, que las investigaciones participativas se desarrollan
en colectivo, según el ritmo y las necesidades de quienes se ven afectados por
los problemas que se quieren resolver.
Por eso, en su Plan de Investigación, no aparecían todas las ideas que
tenía para ayudar a educar en un tema tan importante, más bien, como le había
aconsejado Hernán, se centró en proponer cómo acercarse a las personas para que
ellas identificaran lo que debían hacer para educarse y proteger sus recursos
naturales.
La llamada la recibió al día siguiente
de haber enviado el correo. Estaba
leyendo los clasificados, cuando el teléfono lo interrumpió y una vos femenina,
con mucha prisa, le explicó que la consultoría urgía y que su Plan era de los
cinco que escucharían al día siguiente para elegir a tres personas que deberían
presentar su proyecto de investigación.
Aunque él no entendió mucho, ella dijo dos veces para que quedara claro:
“No recibirá honorarios por elaborar el proyecto, sólo se le pagará a quien
gane la consultoría”.
Al día siguiente los nervios le
ganaban, estaba en la sala de espera de una oficina de lujo, era la primera vez
que iba a una entrevista sin estar seguro que el trabajo era para él. Eso mismo le dio confianza, más o menos, pues
se dijo: “No puedo perder este trabajo, pero sí me lo puedo ganar”. Había
calculado mal el tráfico, así que llegó muy temprano y eso no le gustaba porque
alargaba el tiempo de espera, aprovechó a ensayar en su mente la presentación
que haría mientras fueron llegando las demás personas que también presentarían
sus Planes. Para su sorpresa, había
personas de edades muy variadas, un joven que no despegaba ni la vista ni los
dedos del teléfono; una mujer que quizá sería uno o cinco años mayor que él,
que revisaba su teléfono como esperando una llamada, mientras balanceaba su pie
sobre el tacón; otro hombre, ni tan joven ni tan viejo, que parecía presumir
una tablet con la cual repasaba una y otra vez su presentación. Él despertó en Francisco un temor: no traía
ninguna presentación, ni en Power Point, ni en Prezi, ni en papel…
Para sorpresa de todos, incluyendo a
la otra señorita que llegó un poco tarde a la entrevista y se unió al grupo
cuando ya estaban en la sala de reuniones, la presentación la harían en
presencia de los demás candidatos –“Y candidatas, había completado en voz baja la
mayor de las mujeres” –debía ser una exposición rápida, sin la ayuda de ningún
material. El principal evaluador había
dejado muy claro: “Deben convencernos de que saben de qué hablan y de que
quieren hacer este trabajo”. Dos días
después cuando el evaluador llamó a Francisco para pedirle que preparara el
proyecto, le explico que en la comunidad Altísimo Belén hay mucho frío y no hay
acceso en vehículo: “Pero vos, podés aguantar esas condiciones”. Parecía pregunta, a la vez que afirmación,
así que Francisco no sabía cómo responder, hasta que su interlocutor dijo, “Sólo
bromeaba, el frío sí te puede congelar, pero carro sí llega, no tengás pena.”
Al hablar con Hernán, sobre qué poner
y qué no en su proyecto, Francisco tenía más preguntas sobre cómo era Altísimo
Belén, cómo llegaría hasta allá y si aguantaría el frío. Al leer el anunció imaginó un río fresco,
cruzando un bosque cálido y muchas personas bañándose en él, ahora la imagen se
parecía más a una pista de patinaje sobre hielo, que a un balneario en la naturaleza. Distraído por esto, Francisco debía preguntar
y volver a preguntar varias veces lo mismo a su asesor. Hasta que él le dijo: “¿Vos ya fuiste a ese
pueblo? Deberíamos ir, tal vez eso nos ayuda a entender porque te van a pagar
tanto por este trabajo”.
La visita fue la clave. Francisco escribió el proyecto en dos noches
de desvelo, claro, luego Hernán pasó otras dos corrigiéndolo, pero es que
Francisco pasaba el día imaginando que, terminada la consultoría, podría vivir un
par de meses cerca del río Jacintío, eso sí, en la parte baja de la montaña en
que se encontraba Altísimo Belén, pues razón tenían de haberle llamado
Altísimo. Sus ganas de volver le
ayudaron a escribir sobre la importancia del proyecto, sobre cómo el cuidado
del ambiente debe ser un esfuerzo comunitario y otros temas que ya conocía
bien, pero que ahora tenían una imagen real asociada.
El proyecto de Francisco, como imaginará
quien nos lee, fue el ganador. Nuestro
protagonista debió corregir varias veces algunos aspectos, pero encontró con
facilidad las palabras necesarias. Sabía
que tuvo buen apoyo de su asesor así que cuando su proyecto fue aprobado y recibió
un porcentaje de los honorarios como adelanto, pudo pagarle a Hernán por su
servicio y convino con él que también colaboraría con la redacción del informe.
Ese informe lo iniciaron cuatro meses
después, cuando Francisco ya había terminado el trabajo de campo en Altísimo
Belén y otras cuatro comunidades más, las que le recordaban las aldeas que se
representan en los nacimientos con pequeñas casitas de cartón, pues eran en
realidad caseríos que se han formado cuando las familias crecen y se van
estableciendo en los pequeños trechos planos de las montañas. En fin, con aquellas familias, Francisco pudo
platicar durante cuatro meses de las oportunidad y los retos que representa
cambiar las costumbres de un pueblo conservador como Altísimo Belén. Tenía mucho aprendizaje y no todo cabía en
las veintiséis páginas de las que disponía para los resultados del
estudio. Las otras cuatro era para
ilustraciones, demasiado retocadas para su gusto, del río Jacintío.
Recortó y recortó todo lo que pudo,
hasta que, un mes después de terminar el trabajo de campo (tal como precisaba el
proyecto) logró que los resultados cupieran en esas páginas, que la metodología
no se extendiera más de dos y que aquel amplísimo marco teórico que incluyó en
el proyecto, se viera reducido a las cinco páginas que podía ocupar en el
informe.
El evaluador principal, le felicitó al
terminar la lectura y le dijo: “lo bueno de un informe corto, es que la gente
lo lee”. Francisco no estaba muy seguro
de que fuera suficiente razón para recortar tanto de lo mucho que había
aprendido, pero “donde manda capitán…” así que asintió en silencio y se
preparaba para salir de la lujosa oficina, cuando el evaluador le dijo: “En dos
semanas, cuando la imprenta lo entregue, vamos a tener un evento para presentar
los resultados.” Francisco pensó en las comunidades que ahora conocía y recordó
que pocas personas saben leer allá, por eso su expresión fue de confusión. El evaluador le comprendió y dijo: “El evento
es para los donantes, para que vean que sí se puede salvar ese río. Por supuesto que en Altísimo Belén, hay que
implementar este proyecto, pero para que nos apoyen con más plata, hay que
convencerlos de que se puede”.
Así fue como Francisco comprendió que
su trabajo, que era suyo, de Hernán y de la gente de aquellas comunidades, sí tendría
un impacto real; que no era sólo un proyecto para ejecutar los fondos como
Hernán creía, sino que, traería más fondos que podrían usarse para proteger el
río. Se alegró auténticamente y le dijo
a evaluador: “Si hay que convencerlos le tengo una propuesta: déjeme llevarlos
allá” “¿Allá al Altísimo?” preguntó el evaluador, “No, allá al río Jacintío. Luego
de la visita les explicamos los retos y enfatizamos las oportunidades”.
Claro, el plan de Francisco funcionó, consiguieron
el dinero para implementar un plan de acción comunitaria para la protección del
río Jacintío, no sólo en Altísimo Belén y sus cuatro aldeas cercanas, sino en
las doce aldeas de la cuenca. La visita
fue la clave.
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