Caminante yo
iba, cuando vi que una flamante figura venía.
-Soy la muerte, me decía. Y enamorado de ti vengo hace días.
-¡Oh muerte maldita! ¿Acaso mi turno de
partir ha llegado este día?
-No te preocupes adorada mía, tu día no te
toca hoy, ni de noche ni de día.
-¿Y a qué se debe tu visita entonces muerte
maldita? Le pregunté ya sin agonía
-La tristeza de no ser cercano a ti, el alma
en dos me tenía.
Los días
pasaron y la muerte a mi recurría para calmar sus llantos de que nadie lo
quería.
-¡Quiéreme tu, princesa amada mía! Dame la
dicha de hacer el amor una vez con quien mi corazón merita.
-¿Cómo podré yo hacer el amor contigo muerte
maldita? Ya me has quitado a varios de los míos y ni despedirme me has dado la
dicha.
-¿¡Qué culpa tengo yo!? Aclamando me decía. ¡Que el peor trabajo del mundo me haya sido encomendado sin compasión! Y
ahora tengo que soportarlo sin vos.
-¿Acaso me estás dando a escoger vivir mi
vida sin tu compañía? Ilusionada yo decía.
-¡Jamás! Gritó la muerte maldita. ¡Aprenderás
a vivir conmigo cada día!
Y así hizo
la adorada con la muerte maldita. Convivió con la muerte como ésta se lo pedía.
Una noche de
carnaval, su adorada conoce a un gran galán.
Ambos se
enamoraron en demasía y la muerte de envidia moría. Convencido de que un favor
hacía a aquella doncella con belleza infinita, ideó un plan que de adrenalina
morir podía.
Su amor
llevaba tres semanas, cuando la muerte decide arrebatar el amor de los brazos
de su querida. Una muerte dolorosa le ha brindado con una fiebre que lo hizo
llorar a cántaros.
-¿¡Cómo me haces esto muerte maldita!?
¿¡Condenada a vivir bajo tu presencia estoy cada día!?
-Un favor te he hecho doncella amada mía.
Ahora vivirás con un perfecto recuerdo de tu ideal, que bien pudo destrozarte
tu alma en el año de vida que le quedaba.
-¿Has adelantado su final, odiosa muerte
maldita? Aclamaba sollozada.
-Si lo he hecho ¿qué no fue un mejor final?
Y así hizo
la muerte con todos los amores de su princesa querida, hasta que ésta misma su
corazón se arrancó para tratar de quitarse la vida.
-Si tu mueres ya no te veré más princesa mía.
Morirte no podrás jamás.
Los años
pasaron en la dulce Ana querida. Su vejez se apresuró por su falta de amor.
Sin pareja y
sin descendencia a la muerte maldita le pidió que actuara con prudencia.
-Dame descanso muerte maldita. Mi vida acorté
por tu maldita egolatría.
-Dame un descanso eterno y por piedad, déjame
ir en paz.
La muerte
pensó que su dulce Ana querida jamás le haría el amor.
Y con el
mejor de los besos de ella se despidió.
-Ve en paz y sueña en el descanso eterno.
Dulce amada mía, ¡espero verte en el cielo!
Al finalizar
su beso se dio cuenta que la muerte no goza de descanso eterno y arrepentido
del concedido deseo a su dulce amante
eterno un grito pegó y Ana, sonrió en el cielo.
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