Los
hombres reciben muchísima violencia de cualquier clase; estructural,
institucional, estandarizada y sobre todo, invisibilizada. No lo
niego. También son asaltados sexualmente, acosados,
hipersexualizados, con tratos laborales injustos y también viven en
sistemas de opresión desfavorables. No se respetan sus derechos
humanos y experimentan la violencia económica sobre sus hombros. Se
les niega el derecho a una paternidad afectiva, así como les son
negados cualquier intento de experimentar con sus sentimientos y
creatividades. Tienen un falo muy pesado que cargar y lo tienen que
llevar todos los días de su vida, aunque estén cansados. Es pesado,
porque es grande. Chiquito, no sirve.
Soy
testiga de estas violencias todos los días de mi vida. En mis
comunidades comparto con mujeres, pero con hombres también y siento
con mucho pesar las luchas que -quizás si son afortunados de ver-
tengan que emprender con mucho esmero, paciencia e ingenio. Me he
enterado de estas violencias, no solo porque las veo cotidianamente,
sino porque me las han contado también. Y las he escuchado y si el
ambiente se da, comparto mi opinión y perspectiva que viene desde mi
experiencia como oprimida a razón de mi género, en cuanto a
relaciones humanas hablamos. Pero, existe una excepción que tiene
mucho peso; no voy a escucharlos cuando hablen de estos problemas, de
estas violencias, de las cosas que descubren que hacen ruido en sus
vidas para contrarrestar mis denuncias, que si bien son públicas y
sujetas a distintos comentarios y opiniones, no puedo permitir bajo
ninguna circunstancia que éstas sean minusvalorizadas. El que yo
pueda denunciar y emitir comentarios que denuncien es parte de muchos
procesos de muchas mujeres que no puedo irrespetar, ni mucho menos,
irrespetarme a mi.
Si
es verdadera la indignación, claro que pueden hacer sus denuncias,
comentarios y diferentes procesos, pero no -solo- cuando una mujer
emita los suyos. En mi experiencia, yo priorizo los espacios de
mujeres en la medida que promuevan y trasciendan nuestras relaciones
humanas. Es una postura política, porque también podríamos ser
maternales y atender a los problemas que acomplejan a los hombres
como acto de nobleza, porque así nos enseñaron a ser y a hacer.
Claro que podemos acompañarnos si se dan las
oportunidades, pero si en verdad es legítima la indignación, será
esta la forma en que se pronuncien a sus problemas; en los espacios
que procuren, no en los espacios que las mujeres luchamos y
reivindicamos. Sino, no es que les preocupen los problemas de los
hombres, es que se rehúsan a hablar de los problemas que suprimen a
las mujeres, porque no son ellos el centro de la atención.
Pueden
hablar de sus acosos, pero no cuando hablamos de nuestras odiosas experiencias porque
nuestras luchas no solo no se comparan, sino que simplemente no son
las mismas. Pueden hablar de sus golpes económicos, pero no cuando
por irresponsabilidades de la pareja o ex pareja las mujeres hablamos
de los nuestros. Pueden hablar de violaciones sexuales, pero no
cuando una mujer denuncia, porque los hombres jamás experimentarán
ese monstruo grande que ataca a las mujeres. No los invisibilizo,
pero estamos paradxs en diferentes partes de la balanza y tengo que
ocuparme y defender mis asuntos y mis asuntos se volvieron también,
una disputa territorial.