Estela
se encontraba sola en su cuarto. Llevaba tres días sin salir de su
casa, de su cuarto. Únicamente abría la puerta de su habitación
para ir al baño o a traer más agua a la cocina. Ya no sabía
cuántos soles habían pasado, ni qué en qué etapa de la Luna se
encontraba. Llevaba ya tres días de una ansiosa búsqueda, esperando
encontrar eso. Si alguien se
atreviese a estar al rededor y le preguntase a Estela a qué se
refería con eso,
realmente no sabría qué contestarle.
No sabía si era una emoción, un recuerdo, una sensación o una
ausencia. Era muy confuso, pero seguía esperando. Fueron tres días
muy largos y pues, ya se sabe, cuando los días se sienten
especialmente así de largos, la soledad en sí misma era lo
suficientemente solidaria -que se puede confundir con oportunista-
como para no quedarse a sacar conclusiones.
¿Qué tanto podía hacer en su cuarto? Acostarse, estirarse, contemplar, dibujar, cantar, gritar, llorar, masturbarse… Oh, esta última, es un recurso cobarde de quien busca algo. Se masturbó la primera vez. No pensó en nada, solo sintió. Vino el primer orgasmo. Lo bueno de masturbarse es que los orgasmos o son reales o no lo son. No se puede ser lo suficientemente patética como para engañarse con un orgasmo falso, asumiendo que eso es lo que se busca. Al menos, cuando se engaña a alguien más, si existió para alguno o para alguna. Segundo orgasmo. Tercero. Cuarto. Quinto. Sexto y medio. Cayó rendida con los brazos aguados. Tenía el cerebro oxigenado como quien ingiere algo para sentirse así. Pero aún así, no encontró lo que buscaba. Estaba desesperada. Agarró un bote de pintura y lo aventó contra la pared. Era pintura roja, sin querer. Empezó a formarse una figura -a según Estela- hermosa. Sintió tanta maravilla por la figura que se desnudó y empezó a frotarse contra la pared llena de color rojo. Se extasió, aunque dudó si era real porque algo no se sentía parecido o familiar. Al despegarse de la pared contempló la figura, era hermosa. Perfecta. Y allí estaba, lo había conseguido; encontró lo que buscaba. Vio la vida en su pared. El movimiento, la desesperación, la creatividad, las omisiones, los pensamientos, los criterios. Estaba todo en orden. Y supo por qué no lo sentía familiar; la vida no se siente igual, después de muerta. Porque el muerto, a los tres días, apesta.
¿Qué tanto podía hacer en su cuarto? Acostarse, estirarse, contemplar, dibujar, cantar, gritar, llorar, masturbarse… Oh, esta última, es un recurso cobarde de quien busca algo. Se masturbó la primera vez. No pensó en nada, solo sintió. Vino el primer orgasmo. Lo bueno de masturbarse es que los orgasmos o son reales o no lo son. No se puede ser lo suficientemente patética como para engañarse con un orgasmo falso, asumiendo que eso es lo que se busca. Al menos, cuando se engaña a alguien más, si existió para alguno o para alguna. Segundo orgasmo. Tercero. Cuarto. Quinto. Sexto y medio. Cayó rendida con los brazos aguados. Tenía el cerebro oxigenado como quien ingiere algo para sentirse así. Pero aún así, no encontró lo que buscaba. Estaba desesperada. Agarró un bote de pintura y lo aventó contra la pared. Era pintura roja, sin querer. Empezó a formarse una figura -a según Estela- hermosa. Sintió tanta maravilla por la figura que se desnudó y empezó a frotarse contra la pared llena de color rojo. Se extasió, aunque dudó si era real porque algo no se sentía parecido o familiar. Al despegarse de la pared contempló la figura, era hermosa. Perfecta. Y allí estaba, lo había conseguido; encontró lo que buscaba. Vio la vida en su pared. El movimiento, la desesperación, la creatividad, las omisiones, los pensamientos, los criterios. Estaba todo en orden. Y supo por qué no lo sentía familiar; la vida no se siente igual, después de muerta. Porque el muerto, a los tres días, apesta.
Porque hay tantas formas de morir.
1/11/2016
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